Sitges comienza pisando fuerte en nuestra primera crónica, con películas que reúnen todos los elementos para que cada sesión sea un festival de aplausos y vítores. Un chimpancé asesino, un perro con poderes paranormales o una buena cantidad de asiáticos repartiendo leña nos dan la bienvenida a esta 58ª edición.

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14 Oct 2025
Marc Sacristán
the nest
Día 1: Hogar, dulce hogar

Inauguramos el festival de la forma más canónica posible, con ‘Alpha’ de Julia Ducornau, que es la película inaugural de la 58ª edición. La directora francesa es una cara habitual del festival, todos sus largometrajes se han visto en Sitges y ha venido a visitarlo un par de veces contando la de este año. En Crudo era una debutante que venía respaldada por una major como Universal y Titane fue su confirmación como una de las autoras a tener en cuenta en el panorama actual después de haber ganado la Palma de Oro en Cannes. Alpha tenía entre manos el difícil trabajo de cumplir con las expectativas que siempre hay después de que una directora venga de una obra que ha recibido tantos elogios como los que recibió Titane (M. Night Shyamalan después del arrollador éxito de El Sexto Sentido, por poner otro ejemplo).

Da la sensación de que en Alpha, Julia Ducornau ha muerto de éxito. Todo lo que la hizo triunfar en sus anteriores trabajos está en su nueva película, pero no funciona de la misma forma. Hay demasiados temas de los que Julia Ducornau y todos no caben en esta película. Manteniendo su sinergia entre horror corporal y drama familiar, en Alpha nos cuenta una historia sobre adicciones, sobre la responsabilidad afectiva frente a enfermos que en algún momento decidieron serlo. Esa película, la que pertenece al cine social, está enterrada debajo de un elemento fantástico que no aporta nada relevante (ni tampoco da la sensación de ir hacia ninguna parte por más que algunas ideas o escenas que se ven en pantalla sean interesantes o potentes) y de una reiteración excesiva.

Alpha

También hay otras decisiones fuera de lugar, como la elección de canciones que contrastan demasiado con las imágenes, dando la sensación que estar elegidas sin una dirección creativa, únicamente para crear un efecto de impacto en el espectador que acaba teniendo el efecto contrario al que pretende, expulsándole de la atmósfera de la escena. El buen reparto y un apartado audiovisual (fantástico diseño de sonido y fotografía) destacable no consiguen que el resultado global merezca la pena.

La segunda y última película de este breve primer día fue Shelby Oaks, el debut en la dirección de Chris Stuckman, crítico de cine conocido por sus vídeos en Youtube. Se la ha comparado con Lake Mungo y El proyecto de la bruja de Blair, unas referencias acertadas al menos en sus primeros treinta minutos. El film arranca con un estilo de falso documental, donde se nos explica el caso de Riley, desaparecida en circunstancias extrañas junto con el resto del equipo que formaban Paranormal Paranoids, un canal de Youtube en el que se dedican a buscar fenómenos paranormales en lugares abandonados.

Durante esta parte, la película juega muy bien sus cartas y genera terror ingeniosamente a través del formato analógico, glitches en pantalla y el fuera de campo. Incluso cuando abandona este formato para pasar al de una película corriente, lo hace de forma inesperada y dando continuación a ese juego de formatos. Es una lástima que llegado a cierto punto, cuando ahonda más en la investigación de la desaparición de Riley por parte de su hermana, el director decida abiertamente acercarse al cine de terror más comercial y convencional donde no se le ve tan cómodo y donde se hace notar que este es su debut.

Shelby Oaks | Sitges Film Festival

Se sigue disfrutando si uno es capaz de suspender la incredulidad al completo porque sigue siendo divertida y teniendo detalles geniales, como su juego de sombras o su macabro sentido del humor, pero queda lejos de su prometedor primer acto.

Día 2: Buffet libre de tortas

Damos nuestros primeros pasos en la sala Tramuntana con una de esas rarezas japonesas que nunca pueden faltar en este festival. Transcending Dimensions de Toshiaki Toyoda (Blue Spring, Tokyo Rampage) es una propuesta en la que con sus primeros minutos sabes que le encanta su condición de cine extraño, siendo más que probable que esa sea su única condición de ser. Mentiría si dijera que la he entendido completamente aunque, honestamente, es algo que le importa muy poco a la película. Vuelca todos sus esfuerzos en crear una experiencia envolvente y sensorial al mismo tiempo que coloca las piezas para dar vida a un universo propio en el que su autor tenga un espacio para divagar sobre temas como la búsqueda del nirvana o si estamos solos en este universo.

Transcending Dimensions es una propuesta interesante y singular que termina por no funcionar del todo. Alarga demasiado varias escenas usando la cámara lenta en pos de esa atmósfera anteriormente mencionada y acaba convirtiéndose en una película resultona y divertida a ratos gracias a su abrazo al ridículo, pero repetitiva y pretenciosa. Todo lo contrario a la película que le sigue, Primate, donde todo es claro cristalino.

El último trabajo de Johannes Roberts es entretenimiento puro y duro, de ese tipo de películas con las que sales contento de la sala de cine sin necesidad de que te haya cambiado la vida. La premisa no tiene mucho misterio: un chimpancé, que parece un miembro más de la familia protagonista, acaba infectado con la rabia, volviéndose loco, acabando con todo aquel que le pase por delante. La película tiene un chimpancé asesino y eso es todo lo que importa. El resto pasa a un segundo plano siendo todo muy rutinario y, claramente, lo que menos importa, tanto al director como al espectador.

Transcending Dimensions

Los estereotipados y poco sorprendentes personajes o el conflicto familiar entre un padre ausente y sus dos hijas existen porque la película necesita un vehículo para que el chimpancé vaya asesinando uno a uno a los adolescentes estúpidos que la protagonizan. Este elemento no aporta, pero tampoco estorba, sabiendo muy bien como involucrar al espectador (principalmente, cogiéndole algo de rabia a los mencionados adolescentes).

Johannes Roberts es plenamente consciente de lo que quiere el espectador cuando va a ver una película de este estilo y se encarga de que esté a la altura cuando es realmente importante. El reguero de cuerpos que va dejando tras de si este mono cabreado también deja un abanico de muertes genial: cabezas estrelladas contra el suelo desde lo alto de un acantilado, caras arrancadas o mandíbulas cercenadas son algunos de los platos de este suculento menú. Todo ello en 90 minutos muy disfrutables, la reacción exacerbada de la sala durante la sesión dan muestra de ello.

Abran paso, porque viene uno de los fenómenos del festival, una de esas películas por las que se recordará la actual edición. Hablo de la hongkonesa The Furious, dirigida por el japonés Kenji Tanigaki, siendo su segundo largometraje en solitario después de una larga carrera como coreógrafo de acción. Algo que se respira en cada fotograma de su última película. Estamos, ni más ni menos, que ante una seria candidata a igualar lo que consiguió The Raid en 2011, llevando a todo el mundo a ver una película que venía de tapadillo gracias al boca a boca de las primeras sesiones. The Furious son casi dos horas de acción desenfrenada, de coreografías imposibles y amor por el cine de género, por ir a lo grande, por ir hasta el final sin importar las consecuencias (o la falta de credibilidad, en este caso).

The Furious

Su historia es lo de menos, aunque eso no lo usa de excusa para dejar de hacerlo bien. A un padre (genial el actor chino Miao Xie en un papel contenido) le secuestran a su hija y durante su búsqueda se cruzará con otra persona (Joe Taslim, conocido principalmente por salir en The Raid) que también busca a un ser querido secuestrado por la misma mafia. En el momento que convergen estas dos tramas de venganza, se convierte en una buddy movie donde los dos protagonistas irán estrechando lazos a medida que sus enemigos van cayendo como moscas, siempre de la forma más espectacular, impactante y rebuscada posible.

El trabajo en las escenas de acción (que me atrevería a decir que son el 75% de metraje) es alucinante, te deja sin aliento, sin saber como reaccionar ante el espectáculo que está ocurriendo en la pantalla del cine. No solo es por la espectacularidad de cada pelea, también es por la acumulación y el nulo sentimiento de fatiga que provoca al estar reinventándose en cada batalla campal. Aprovecha cada elemento del entorno para ofrecer dinamismo y variedad, desde un machete hasta el pedal de una bicicleta. En algún caso, por decirlo de alguna manera, tematiza los enfrentamientos dándole importancia a una parte del cuerpo en especifico. Sin ir más lejos, su inicio lo protagoniza una chica que, principalmente, usa las piernas para pelear, mientras que el personaje interpretado por Miao Xie utiliza más los brazos. Cualquier detalle es válido para que el espectador no siente que está viendo lo mismo todo el rato, aunque en el fondo sea lo que está haciendo.

Puede criticarse la sencillez de su guion, el exagerado melodrama o que algunos personajes parecen inmortales, pero la realidad es que The Furious es sobresaliente en lo que importa cuando uno se sienta a ver una película de acción. Puede que salgas extasiado, saturado e incluso agobiado después de tal cantidad de mamporros, pero con esta película no saldrás con ganas de más.

The Ugly Stepsister

Tras esta sobredosis de adrenalina, la siguiente sesión tenía la difícil misión de rebajar el soufflé para poder digerir la ensalada de hostias que acabábamos de ver. La encargada fue La hermanastra fea, film nórdico dirigido por la debutante Emilie Blichfeldt. En esencia, el cuento de La Cenicienta desde el punto de vista del lado malo de la historia, el de la madrastra y las hermanastras, protagonizando la película Elvira, la hija menos agraciada (según mandan los cañones de belleza) de la familia.

Al adquirir esta perspectiva, convierte a Cenicienta en el rival a batir para casarse con el príncipe Julien, haciendo que Elvira caiga en una espiral de envidia y odio que acaba desencadenando en un comentario sobre como la gente fea tiene las cosas más difíciles para cualquier cosa que se proponga en la vida. Para darle fuerza a este discurso la directora pone a Elvira en una situación de enajenamiento total, siendo capaz de cualquier cosa por alcanzar su objetivo y aquí es donde empieza lo grotesco.

Rinoplastias a base de martillazos, pestañas postizas cosidas al ojo mientras vemos planos detalle o escenas de comida de lo más desagradables son algunas de las joyas que irán desfilando a lo largo de sus casi dos horas de metraje. Todo desde un prisma visual propio de un cuento de hadas, contando con una fotografía preciosa de Marcel Zyskindque que contrasta con la denigración humana que se va desarrollando a lo largo de la película. Lea Myren es la gran estrella de la función en su papel de Elvira, ofreciendo una actuación icónica dentro de la historia del horror corporal.

The Furious

Teniéndola tan reciente, mientras uno ve o le hablan de La hermanastra fea viene a la mente La sustancia, el gran fenómeno de la pasada edición de Sitges, algo que no le beneficia demasiado a la película nórdica. Es cierto que hablan de temas muy parecidos (aunque con una diferencia de edad entre sus dos protagonistas que influencia por completo ambas producciones) pero si La Sustancia era como una flecha (tenía un único propósito y mensaje, y se aseguraba de dejártelo claro), La hermanastra fea no es tan directa en su mensaje y acaba diluido entre el resto de elementos, mucho más potenciados por la directora. Aún con eso, es una buena película de género y un broche de oro para este fantástico segundo día.

Día 3: Que no le pase nada al perro

Iniciamos la tercera jornada con nuestra primera película animada de la edición. All you need is kill de Kenichiro Akimoto es una adaptación de la novela homónima de Hiroshi Sakurazaka, siendo la tercera traslación del material original a otro medio teniendo el manga de Takeshi Obata (Death Note) y la película Al filo del mañana como precedentes. Su premisa era original y refrescante en 2014, cuando se estrenó la película de Doug Liman, pero en 2025 no sorprende y no es que Kenichiro Akimoto la plasme de una forma distintiva.

Rita, nuestra protagonista, verá como, después de luchar contra unos monstruos que han aparecido por sorpresa y morir, vuelve a despertarse ese mismo día por la mañana. Cada vez que muere, revive, haciendo un reinicio de la partida y teniendo una vida extra, sin saber el motivo detrás de ello ni cual es su cometido en cada reinicio.

La animación, espectacular por momentos y robótica en otros por un CGI irregular, y su estrafalario y colorido diseño artístico son lo más reseñable de una película que no consigue escapar de la repetitividad y la reiteración a la que se ve abocada por su principal premisa, que no consigue dinamizar lo suficiente para ofrecer un gran espectáculo. Entre toda esta repetición inserta un romance que cumple con cada uno de los tópicos del anime y no es capaz de hacernos empatizar con sus personajes. Hay potencial en All you need is kill pero está desaprovechado.

All You Need Is Kill

Cerramos la primera crónica con otra de las películas más esperadas de esta edición. Una de las que más expectación levantaba, después de las buenas críticas y la fantástica recepción del público en el festival SXSW. Hablamos de Good Boy, largometraje con el que se estrena Ben Leonberg detrás de las cámaras y su perro Indy delante de ellas. Si el año pasado tuvimos Presence de Steven Soderbergh, donde veíamos una película de casas encantadas desde la perspectiva del fantasma, este año tenemos una película de casas encantadas desde el punto de vista de un perro que quiere proteger a su amo.

Las altas expectativas con las que venía de SXSW le han jugado una mala pasada. El propio cartel en español reza que es «Una de las mejores películas de terror del año» y está bien rebajar el hype antes de enfrentarse a ella. En Good Boy no vamos a encontrar el diseño de producción de Nosferatu, Weapons o Devuélvemela. Es una producción modesta, que sabe explotar su original premisa y la lleva a cabo con total éxito, con un apartado audiovisual resultón gracias a su juego constante con la oscuridad y el fuera de campo.

El propio director explicaba que la idea para hacer la película le surgió pensando que ven los animales cuando se quedan mirando fijamente a una esquina vacía o empiezan a ladrar sin venir a cuento. Indy es el completo protagonista: pasamos miedo con él y sufrimos viéndole pasarlo mal. El trabajo de cámara con Indy es genial, sus planos en primera persona siempre están a la altura a la que estaría un perro, prácticamente nunca vemos la cara de ningún humano (al estilo Cartoon Network de los años 90), tenemos planos desde su cola siguiéndole por la casa y alrededores (al estilo Gus Van Sant en Elephant) y es capaz de transmitirnos en todo momento como se siente Indy (muy meritorio teniendo en cuenta que él ni se ha enterado que ha protagonizado una película). La actuación de Indy ya es historia en el repertorio de papeles caninos en el cine.

Good Boy

Paralelamente a las aventuras de Indy, vemos el conflicto que tiene que afrontar su amo, Todd, con su adicción a las drogas y la supervivencia a una maldición familiar que impregna la casa a la que se acaban de mudar. Ben Leonberg usa esta trama inteligentemente para darle a Indy alguien a quien proteger, llorar y amar, siendo suficiente para que empaticemos con él. No hay nada que quiera contar la película más allá del amor incondicional que tiene un perro por su amo, resintiéndose en algunos momentos por la simpleza de su guion y la ambición del director, a quien se le nota la pasión de un novel y el querer hacer más de lo que su humilde propuesta le permite. Pero al final, Good Boy consigue dos cosas muy importantes: sacar provecho de su genuina premisa, dando como resultado una película refrescante y diferente a cualquier otra que podamos ver este año, y que todos nos enamoremos de Indy.


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