Hoy arranca la 45ª edición del Festival Iberoamericano de Huelva y con él, su novedad más terrorífica: la sección Fantaterror. Nos las hemos visto entera y te contamos los secretos de un festival de miedo, en el que cine de terror latinoamericano demuestra sangre, vigor… y vísceras

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15 Nov 2019
Víctor Esquirol
the nest

Es indudable que el cine de fantástico y de terror está en un momento histórico muy dulce. Desde hará ya una década, más o menos, el interés que este puede llegar a levantar ha conseguido salir del nicho, o si se prefiere, de esa especie de trincheras infalibles en las que históricamente se habían erigido algunos de los festivales “de género” más importante del calendario.

En Sitges estoy pensando, por supuesto, pero también en aquella semana gloriosa de San Sebastián, y en Oporto, y en Austin… en todas esas citas que, de algún modo u otro, han logrado calar más allá de su radio de influencia.

Tanto, que la suerte en la cartelera de algunos de los títulos más relevantes en este mundillo, ya no depende de forma tan flagrante de las fechas de celebración de estas grandes fiestas ahora mencionadas. Tanto, que en ocasiones una cosa es totalmente independiente de la otra. Y por si todavía tienen que detectarse más síntomas para acabar de convencer a los escépticos de dicho fenómeno, ahí va la selección Fantaterror Iberoamericano, uno de los reclamos de la 45ª edición del Festival de Cine de Huelva.

Esta, afortunadamente, para nada es un caso excepcional, sino que, al contrario, nos habla de una regla cada vez es más común: los grandes certámenes fílmicos, sin importar demasiado sus ejes o temáticas, o el lugar o el mes en que se celebran, demuestran un creciente interés en estas películas que, como decía, hasta no hace mucho, parecían relegadas al consumo de un reducto de apasionados e incondicionales de los sustos, de los monstruos, de la sangre manchando la pantalla… de todas esas emociones fuertes que nos sacuden desde la comodidad de la butaca… y que nos acompañan mucho después de que hayamos abandonado la sala de cine.

Área 51 en… Montserrat

Esto último intenta Marc Carreté en After the Lethargy, patoso ejercicio de importación de terror americano a nuestro territorio. Para hacernos a la idea: resulta que las mágicas montañas de Montserrat están rodeadas por un complejo militar en el que presuntamente se ocultan las evidencias de la llegada a nuestro planeta de una raza alienígena. Tenemos pues una especie de Área 51 a la catalana… en la que, esto sí, todo el mundo habla un perfecto inglés. Latitudes y culturas se confunden para una película ciertamente confusa. Tanto, que demasiado a menudo cae en la trampa de la comedia involuntaria.

La razón está, básicamente, en el sobre-uso de recursos trillados, presentados todos ellos como si fueran a revolucionar el cine de género. Por supuesto, no se produce dicho efecto, sino justamente el contrario. Ni los giros argumentales sorprenden, ni los jump-scares consiguen el propósito de hacernos saltar despavoridos, ni los efectos especiales son capaces de hacernos salir de la siempre peligrosa zona de la incredulidad. Unas apariencias y una trama muy por encima de las verdaderas posibilidades e intenciones de la producción. Es como si la película se tomara demasiado en serio… cuando en realidad debería reírse de todo lo que propone.

Buenas noticias desde México

Por suerte, al otro lado del “charco” sí que encontramos buenas noticias. Para muestra, la que seguramente sea la película más interesante de las cuatro emparentadas en dicha sección. Desde México nos llega Vuelven, cinta dirigida y escrita por Issa López en la que el séptimo arte parece querer adueñarse de los postulados del realismo mágico. Así pues, la gracia está en ver cómo la -espantosa- realidad en la que nos sumerge el film, será interpretada a través de una serie de irrupciones fantásticas. Para situarnos, estamos en una nación (la mexicana, claro) en la que, en determinadas, regiones, el Estado se hunde muy por debajo de la consideración de “fallido”.

Con Vuelven, el séptimo arte parece querer adueñarse de los postulados del realismo mágico

Está desaparecido en combate, se podría decir. O sea, que ni está, ni mucho menos se le espera… y claro, en estas circunstancias, el pueblo se convierte en poco más que un rebaño desamparado. O directamente, en una especie en peligro de extinción. Hombres y animales juntan así su condición (y ya de paso, sus respectivos destinos), y con ello, empiezan a sentarse las bases para una fábula oscura, o si se prefiere, para un cuento de hadas en el que estas criaturas benévolas tienen prohibida la entrada. Su lugar lo ocuparán espectros de toda índole.

Fantasmas que, al fin y al cabo, cabe interpretar como el escalofriante reflejo de un mundo en el que vivos y muertos se confunden con demasiada facilidad. En estas circunstancias, la cámara seguirá los pasos de un grupo de niños cuyas aventuras tendrán evidentes resonancias a aquel magnífico ensayo social que era El señor de las moscas, célebre novela de supervivencia escrita por William Golding. Aquí, los niños protagonistas de la función, cambian aquella isla supuestamente desierta por unos parajes urbanos derruidos, devastados, semi-abandonados… pasto de las guerras entre bandas callejeras.

La apuesta de Issa López consiste en fundir el drama social con el terror, hasta que una esfera sea indistinguible de la otra

El narcotráfico como terrorífico y omnipresente mal que ha borrado de la ecuación a los padres de los jóvenes personajes centrales: la película, de hecho, empieza con unos títulos explicativos que nos recuerdan que a lo largo de la última década, se han contabilizado 160.000 muertos y 53.000 desaparecidos que deben adjudicarse a tan lamentables y espantosas circunstancias. La apuesta de Issa López consiste en fundir el drama social con el terror, hasta que una esfera sea indistinguible de la otra. Lo hace gracias a un sabio uso de los efectos visuales (imprescindibles para integrar el fantastique en la realidad abordada), y con un remarcable trabajo actoral con los niños que sitúa delante de la cámara.

La manera en que esta les sigue y, aún más importante, les deja espacio para relacionarse entre ellos y el cruel entorno en el que la aún más cruel providencia les ha puesto, es esencial para minimizar el peso de las dudas que podrían surgir a raíz del planteamiento y desarrollo más bien endebles con el que se gestiona el thriller criminal que sirve para vertebrar la trama central.

Por suerte, la directora de Ciudad de México consigue elevar el resto, que como se ve al final, es lo que realmente importa. Esto es, levantar un precioso (aunque también doloroso) monumento a ese frágil tesoro al que todos debemos proteger: la infancia.

Caminando sendas parecidas en las que la fantasía cinematográfica puede muy fácilmente interpretarse como parábola sobre la actualidad, podemos situar Infección, película venezolana que, por si todavía había dudas al respecto, abre con una toma general de una ciudad presidida por un edificio en el que puede verse un graffiti gigante que proclama “Maduro dictador”.

Dicha sentencia está en segundo plano, pero como con casi todo en dicho film, su impacto golpea frontalmente. Las sutilezas, ya se ve, se aparcan, a lo mejor en espera de otra ocasión en la que la sangre no hierva de manera tan evidente.

El caso es que Flavio Pedota, director y co-guionista de la propuesta, parece querer contarnos la enésima historia de Apocalipsis zombie sin renunciar lo más mínimo a esta consideración de repetición.

Por mucho que la ficha artístico-técnica nos hable de la nacionalidad venezolana de la película, lo cierto es que tanto el dibujo de los personajes como la gestión narrativa (es decir, de las decisiones que la harán evolucionar), atestiguan una pleitesía absoluta a los mecanismos estéticos y éticos con los que actualmente el cine made in Hollywood se hace cargo del ahora codiciado cine de género. Unas formas y unas poses que, a fin de cuentas, hablan de un low-cost con ínfulas de súper-producción. Algo muy cercano al quiero-no-puedo, vaya.

En Infección se activa así una arquetípica odisea de terror apocalíptico con angustias familiares

Total, que tenemos a un padre modélico al que el fin del mundo de los muertos-vivientes coge a pie cambiado. Se activa así una arquetípica odisea de terror apocalíptico con angustias familiares. Nada que no hayamos visto antes… esto sí, adaptado ahora a paisajes tropicales, y como ya he dicho, a una realidad con la que, por lo visto, a todo el mundo le gusta fantasear.

Los zombies, por si aún no se había entendido, son dibujados aquí, mediante un uso nada velado del material de archivo, como las hordas de una revolución boilvariana que, siempre según Flavio Pedota, presenta un avanzado estado de putrefacción… y que además amenaza con extenderse por todo el continente.

Mutant Blast, una nación brasileña en jaque

Por ahí mismo se mueve, con paso igualmente torpón, una amenaza similar. En Mutant Blast, Fernando Alle nos presenta una nación brasileña en jaque. Y es que una doble amenaza se cierne sobre una población que, cuando despierta de la juerga en la que estaba sumida, descubre que ya es tarde para gestionar de manera calmada la resaca en la que ahora mismo está sumida.

De nuevo, está la tentación de leer entre líneas: cómo no, viene a la mente, con tremenda facilidad, el fantasma de la ola reaccionaria que ahora mismo está sacudiendo el panorama político latinoamericano.

Se podría pensar en Bolsonaro… si no fuera porque la propia película se empeñara, una y otra vez, en sacarnos de esta línea de pensamiento. Lo que pasa es que el sello Troma con el que abre esta producción, se materializa en cada una de las situaciones invocadas, a cada cual, más delirante. Ahí está la gracia, en el desacomplejado sentimiento lúdico de un film que disfruta abrazando, con total orgullo, el evidente (por desbocado) espíritu exploitation que lo alimenta. En Mutant Blast, tenemos otra invasión zombie, sí, pero también a mutantes (claro) y a “terminators”, y a ratas asesinas pegadas a extremidades humanas…

Nos viene a la mente el fantasma de la ola reaccionaria que ahora mismo está sacudiendo el panorama político latinoamericano

… y a langostas gigantes que hablan francés, y a delfines malvados que empuñan katanas. Así durante casi hora y media, para concretar una hilarante celebración de la Serie Z, esas irresistibles cloacas donde el desconcierto se supera con un baño de sangre… y un atracón de vísceras, claro. Fiesta gore para un terror con indudable vocación paródica.

Todas las criaturas ahora citadas, parecen mirarse al espejo y troncharse de la risa con la visión grotesca de sus propias deformidades. Cine pueril, y a mucha honra; jovial, alérgico a cualquier reflexión que pudiera despertar su texto.

No hay que buscarlas, por supuesto, de modo que solo queda divertirse con una superficie a la que, visto lo visto, le sobran los argumentos para encandilar al chaval (pasado de rosca) que seguimos llevando dentro. El cine de género también trata de esto.


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