Con la llegada de las plataformas, las reglas del juego cambiaron por completo. Hasta hace unos años, cuando decía que me dedicaba a escribir y dirigir documentales la gente se pensaba que me iba a África a grabar ñus. Sin duda, el género documental es el que más se benefició de este cambio de paradigma, experimentando un tremendo incremento de espectadores. Y, posiblemente, uno de los documentales que contribuyó a todo esto fue la producción de Netflix Making a Murderer. De repente, términos como docucrimen o docuserie comenzaron a formar parte del léxico popular. Y, finalmente, llegaría la estrella de estos formatos, el true crime.
En España no tardaríamos en lanzarnos a usar este formato para narrar nuestras propias historias macabras, que para eso vivimos en un país con una crónica negra nada desdeñable. Así fue como pasé de documentales biográficos como Niceto Zamora: la Tercera España o sociales como Nacido en Siria a aterrizar de lleno en el mundo del “crimen real”.
Fue el director y productor Olmo Figueredo quien me llamó para escribir el primero de ellos, y el resultado fue El estado Contra Pablo Ibar, disponible en HBO, donde se narra la historia de este condenado a muerte en EEUU que, durante la ejecución de la serie, fue sometido a un nuevo juicio, el cual vivimos día a día con una emoción como pocas veces recuerdo haber vivido en mi carrera.
Un caso vivido con intensidad
Tras este true crime me llamaron para realizar otros que tuve que rechazar por problemas de agenda, ya que a la vez estaba también embarcado en la aventura de contar la historia del deportista Fernando Torres junto a la codirectora Laura Alvea, pero cuando sonó mi teléfono y Cuarzo me ofreció guionizar la historia de Marta del Castillo, tuve claro que ese sí tenía que hacerlo. Como sevillano, viví este caso con mucha intensidad.
“En Sevilla este caso se vivió como si Marta fuese nuestra amiga, nuestra vecina, nuestra hermana, nuestra hija”
Como tantos paisanos, yo también viví la angustia de no encontrarla, la rabia de saber que había sido asesinada y la frustración de no encontrar su cuerpo por más que pasaba el tiempo. En Sevilla este caso se vivió como si Marta fuese nuestra amiga, nuestra vecina, nuestra hermana, nuestra hija.
Así que doce años después, junto a un gran equipo de investigación, capitaneados por la directora Paula Cons, a la que yo ya admiraba desde que vi su película La Isla de las Mentiras, comenzamos a dar forma a este complejo puzle. Y, tal y como todos imaginábamos, no fue nada fácil. Demasiadas piezas que no encajaban, demasiados cabos sueltos, demasiadas preguntas sin responder. Narrar esta historia de forma coherente, objetiva y satisfactoria acabaría siendo uno de los mayores retos a los que me he enfrentado jamás.
Un equipo de primera
Por suerte, la serie contaba con un equipo de primera.
Ya llevaba varios meses trabajando codo con codo con Paula y el equipo de investigación y documentación cuando, desde la productora, me preguntaron quién podía ser la persona adecuada para montar la serie y no dudé en recomendar a Fátima de los Santos, la compañera con la que había trabajado en la edición de El Estado Contra Pablo Ibar, pero es que también tuve la suerte de poder recomendar al que, para mí, es uno de los mejores directores de fotografía de este país, Fran Fernández. Tras ellos, se unirían otros andaluces al equipo como la maquilladora Rocío Santana o la operadora de cámara Cristina Cerezo.
Así fue como un equipo compuesto mayoritariamente por andaluces pudimos unir nuestras fuerzas, capacidades y experiencia al servicio de la historia de Marta. Una historia que merecía ser contada y que desde el 5 de noviembre estará disponible en Netflix con el título ¿Dónde está Marta?.
