Santi Amodeo presenta la película más inclasificable y, sin duda alguna, más arriesgada e interesante del festival de Málaga

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20 Mar 2025
Carlos Loureda
the nest

La publicación del primer libro de David James Poissant, hace una década aproximadamente, reunía 15 relatos, muchos de los cuales ya habían sido publicados anteriormente en el New York Times.

La presencia de los animales y las reacciones que producen en los seres humanos que los rodean, tanto física como metafóricamente como en una versión actualizada de Esopo, descolocó a la crítica y al público, pero logró una legión de seguidores y fieles lectores que recomendaban el libro de relatos como si fuese su propia obra.

El libro contenía todo lo que la crítica y los estándares modernos de la edición huye, como alma que lleva el diablo: antihéroes con sus dudas y reflexiones, pocas acciones y muchas situaciones, historias abiertas sin finales preestablecidos, una conexión muy construida, pero no evidente, de metáforas entre las relaciones humano-animal…

Menos mal que tenemos a Santi Amodeo, el cineasta más alejado de lo previsible del cine de autor español y uno de los más sorprendentes e interesantes, para coger este toro por los cuernos para llevarlo a la gran pantalla.

Mientras que la inmensa mayoría de nuestros directores nos presenta a héroes cotidianos para lograr nuestra empatía hacia y con ellos, Santi Amodeo escoge siempre antihéroes o anti heroínas.

Ya sea con los trapicheros de El factor Pilgrim, un inadaptado en busca de reinserción en Astronautas, un enfermo aislado socialmente por su familia en Cabeza de perro, unos inesperados secuestrados en ¿Quién mató a Bambi? o profanadores de tumbas y promesas incumplidas en Yo, mi mujer y mi mujer muerta y adictas a las redes sociales y al suicido de Las gentiles.

Pero con estos antihéroes el cineasta no busca empatía sino la catarsis del público. Algo que le agite y lo transforme, por eso sus películas permanecen mucho tiempo en la mente del espectador. Un director cada vez más próximo a un Pasolini que hubiese asimilado que el cambio ya no puede ser político y colectivo. En el siglo XXI ya sólo puede ser social e individual.

Y todo lo que nos presenta Santi Amodeo lo hace desde la perspectiva del post-realismo. Nadie mejor que Jill Godmilow, cineasta independiente, por desgracia muy poco conocida, y filósofa para explicarlo a la perfección: ‘las películas post-realistas tienen que ofrecer una experiencia única y útil, hacernos pensar quiénes somos y qué papel jugamos en la sociedad, y no sólo contemplar cómodamente una situación ajena para sentirnos empáticos, por una o dos horas que dura la proyección, sin que en realidad cambie algo profundo en nosotros o de la sociedad’.

Eso pretende y consigue El cielo de los animales con tres de sus historias originales, en cuatro momentos y que se cierra enlazando el final con el inicio. El encuentro de un hombre, abandonado por su pareja, con una nadadora muy particular; un joven obsesionado con el fin del mundo, amante de la miel, pero alérgico a las picaduras de abejas; y dos amigos que visitan la casa del padre de uno de ellos, recientemente fallecido (la metáfora más oscura que, si no recuerdo mal, igual hubiese sido más legible al añadir cómo reaccionó el amigo conductor al descubrir la homosexualidad de su hijo).

Santi Amodeo presenta la película más inclasificable y, sin duda, más interesante del festival de Málaga con un trío de actores en estado de gracia interpretativa: Raúl Arévalo, Manolo Solo y Jesús Carroza, junto a la confirmación de lo que Paula Díaz ya dejaba adivinar en Las Gentiles, una presencia y un carisma interpretativo impresionantes.

Y en todo esto ¿en dónde están los animales? Pues, tranquilos disfrutando del cielo porque el infierno ya no son los otros. El infierno somos nosotros mismos.


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