Tres creadores abordan, a nivel personal, la situación actual del mundo, pero solo uno ofrece alternativas.

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21 Feb 2023
Carlos Loureda
the nest

Un momento de bajón parece haberse apoderado del festival de Berlín, ya casi en su ecuador. Como una constatación del balance, no muy optimista, del estado general de la humanidad, desde tres secciones diferentes (Competición, Panorama Documental y Forum), autores de diversos universos nos han susurrado su miedo al fin de la tradición, del amor y de la ilusión.

Dos creadores de gran recorrido en su carrera nos mostraban sus miedos más íntimos. Qué responsabilidad la de Philippe Garrel poner al frente de su película a sus tres hijos: Esther Garrel, Lena y Louis Garrel. En Le grand chariot, sin ocultar las semejanzas visibles con el trasfondo familiar que puede desprender la narración, una familia de titiriteros se enfrenta al futuro de su profesión, tras la desaparición de su padre, creador y animador de un teatro de marionetas.

Qué extraordinaria proyección, casi psicológica, de un temor ante la posibilidad o no de que la tradición familiar perdure. Si el teatro de marionetas acaba destruido por un imprevisto acontecimiento climático (una tormenta), la similitud y proximidad con la pantalla de cine y su enfrentamiento a lo imprevisible (una pandemia universal), es tan próxima que acaban rozándose. Si uno de los integrantes del grupo de marionetistas abandona su oficio para dedicarse al teatro, que paga mejor, la referencia al trasvase del cine a series de las innumerables plataformas es, casi, evidente.

Con su buen hacer habitual de cineasta confirmado, pero tampoco sin añadir nada más, el cineasta cuenta su historia jugando con las referencias y adivinando en el futuro un avenir no muy alentador.

Si Philippe Garrel no estaba muy optimista en su película, Vincent Dieutre ha logrado superar su pesimismo. En una autoficción, a través del género de road movie americano, el autor visita a su antiguo amante y psicoanalista en Los Angeles, para constatar el final de una época, en plena pandemia.

Superficies de piscinas, travellings desde el coche mostrando a los desheredados del sueño americano, GIF’s de sus encuentros amorosos y lecturas poéticas en The End Poetry Club conforman su última obra, This is the end. Un barrido nostálgico por una América confinada y la sensación de que el eslogan de los años 80, No future, se ha convertido en una deprimente realidad.

Menos mal que la nueva generación, pese a sufrir las consecuencias de esa realidad más directamente y no haber conocido más que una serie de crisis consecutivas, es mucho más optimista y resolutiva. La energía y creatividad de Thierno Souleymane Diallo, el joven cineasta de Au cimetière de la pellicule, traspasa la pantalla.

Con la esperanza de encontrar el primer film realizado por un cineasta francófono africano, Mouramani, en 1953, el realizador se lanza a otro road movie por Guinea. Rastreando el pasado en antiguos cines, locales que eran como filmotecas o salas de barrio que proyectaban como podían las películas, Thierno Souleymane Diallo devuelve al espectador la vitalidad que desprende el séptimo arte, sus infinitas posibilidades y la comunicación que crea entre la gente que lo disfruta.

Como ya está acostumbrada la juventud actual, si algo no existe, en lugar de llorar y lamentarse, lo mejor es crearlo. Y Thierno Souleymane Diallo, frente a los lamentos de sus precursores, imagina posibilidades y crea alternativas. Casi la definición perfecta de lo que ha sido, y siempre será, el cine en gran pantalla.


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