Los cineastas franceses mezclan historias íntimas sobre la salud con una impecable defensa de la misma como servicio público esencial. Cine y militancia se conjugan en francés.

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27 Feb 2023
Carlos Loureda
the nest

El festival de Berlín se acerca a su final y la representación española no ha podido ser mejor. 20.000 especies de abejas, de Estíbaliz Urresola, arrancó una ovación de 10 minutos en el pase de prensa (y la interpretación de la jovencísima actriz, Sofía Otero, dejó boquiabierto al público, en general); Orlando, ma biographie politique, de Paul B. Preciado, ha logrado una unanimidad de crítica y público (actualizamos el artículo tras conocer que se ha llevado el premio Teddy al mejor documental); Samsara, de Lois Patiño, juega en otro nivel, el de los cineastas que abren caminos; María Vázquez está apoteósica en Matria, de Álvaro Gago

Espectacular selección que no sería de extrañar que aportase sus frutos en un palmarés más en español (potentísimo Tótem, de Lila Avilés, El eco, de Tatiana Huezo…) de lo que viene siendo habitual. Alcarràs parece haber roto el año pasado la tendencia de una inexplicable ausencia española entre los galardonados berlineses, pero este año las posibilidades son muy amplias. Cruzamos los dedos.

De la salud de nuestro cine no cabe duda alguna, pero los cineastas franceses se han preocupan con intensidad de ella en este Berlinale, tanto física como psíquica, de sus compatriotas. Un asunto que ocupa, cada vez más, el lugar que se merece en la gran pantalla mundial. Es curioso observar que mientras nuestros cineastas reivindican en la entrega de los Goya la necesidad de la salud como servicio público esencial, sin incluir este tema en sus películas, los franceses hacen de esta temática el centro de sus filmografías, casi sin ninguna referencia en la entrega de sus Césars.

En Competición oficial Nicolas Philibert presenta la primera parte de su tríptico sobre salud mental, Sur l’Adamant. Con su habitual sutileza narrativa y sentido del montaje el cineasta nos adentra en el Adamant, un barco anclado a las orillas del Sena, que acoge de día a diferentes personas con problemas mentales.

Pese a la aparente sencillez de lo que se muestra en pantalla, la sociabilidad de sus integrantes, sus ocupaciones, reuniones e inquietudes diarias, el cineasta logra que muchas de las frases y pensamientos de los protagonistas cobren un segundo sentido. Sur l’Adamant nos habla de la fragilidad del ser, la eficacia de funcionamientos horizontales de organización o la necesidad del diálogo como método sanador.

Absolutamente alejado de los estándares que el cine nos tiene acostumbrados con este tipo de establecimientos, aquí todo es luz, no hay enfermeros vestidos de tal y la empatía es la llave de su éxito. En una escena algunos de sus integrantes comentan la suerte de haber encontrado varias cajas de fruta. El tendero se las ha regalado porque tienen rasguños en su piel o machacadas por algún golpe, pero están buenas por dentro. En ese momento el espectador intenta retener la emoción ante una frase tan simple, pero que parece hablar más de ellos que de las frutas recuperadas.

Claire Simon, magistral e impecable, traspasa las puertas de un hospital público de París, en el que se tratan, diagnostican y curan diversas afecciones del cuerpo femenino. En Notre corps asistimos como testigos a consultas, intervenciones quirúrgicas, reuniones de médicos o internamientos sobre fertilidad, asignaciones de género, enfermedades tumorales, partos… durante casi tres horas. Y la cineasta, que entra en el hospital como observadora, saldrá del centro con otro papel.

La película es una inmersión, tanto física como mental, en el cuerpo femenino y sus cuidados, pero también es una defensa militante y activista de la necesidad de mantener la salud como un servicio público necesario, imprescindible y al alcance de todos.

La misma idea, solamente que en su caso en el terreno de la ficción, recorre el largometraje de Léa Fehner, Sages-femmes (dentro de la colección de películas de la cadena francesa de televisión Arte). Vitalista, dinámico, divertido, emocionante y realista, la directora confirma en su tercer film el gran pulso que anima su mirada de cineasta. Las matronas de Léa Fehner pueden convertir un parto en un thriller y los estrechos pasillos del hospital en carreteras de angustia y tensión.

La historia de dos jóvenes estudiantes, que integran el mercado laboral en una maternidad de un hospital público, es la perfecta excusa para mostrar las limitaciones del servicio público y sus implicaciones personales. Sin abandonar en ningún momento ni el interés narrativo ni a los maravillosos, y muy jóvenes, actores, la mayoría de ellos procedentes de la Academia Nacional de Artes Dramáticos de París. Mucha atención a este impecable casting (Héloïse Janjaud, Khadija Kouyaté, Quentin Vernede, Tarik Kariouh…).


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