Carlo Chatrian, el nuevo director del Festival de Berlín, inaugura su mandato apostando por ese cine artístico marca Locarno y militando con un eslogan que le ha transmitido a su equipo de programación como un mantra: “no es momento para cine corriente”

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20 Feb 2020
Alejandro Ávila
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No es momento para cine corriente. Como un mantra, como el grito de guerra de un entrenador de fútbol, como un eslogan publicitario. Es la frase con la que el equipo de programación de la Berlinale, reunido este martes, se enchufa antes de salir a la cancha con un nuevo entrenador en el banquillo, el italiano Carlo Chatrian.

Cuentan sus nuevos compañeros que el exdirector de Locarno, convertida en la meca del cine de autor más experimental, se ha visto todas las películas de la programación. Suman varios centenares.

En las vísperas, apenas 24 horas de que empiece la 70ª edición del festival alemán, la alfombra roja aún no está desenrollada frente al Berlinale Palast. En la plaza Marlene Dietrich, los corpulentos operarios alemanes hormiguean levantando estructuras efímeras que darán paso a miles de espectadores cinéfilos, decenas de estrellas y centenares de cineastas.

Para que una cita de las dimensiones de la Berlinale, un festival de clase A, pueda sobrevivir y atraer los focos de la prensa internacional, de las portadas de los grandes diarios, necesita el brillo del glamour. Qué duda cabe. Desde este jueves, pisarán el fieltro rojo estrellas como Johnny Depp, Sigourney Weaver, Roberto Benigni, Cecilia Roth, Salma Hayek, Javier Bardem o Willem Defoe, por citar solo algunas.

¿Un festival comprometido?

Dieter Kosslick vendió durante años la Berlinale como un festival comprometido. ¿Comprometido con qué? Con los cineastas perseguidos por sus gobiernos como el iraní Jafar Panahi y, en general, con esas cinematografías más excluidas de los circuitos comerciales. Básicamente, todas aquellas que no fueran norteamericanas o europeas.

Con sus fallos -el año pasado permitieron que China retirara One Second del maestro Zhang Yimou de la mismísima competición oficial-, ese discurso forma ya parte del pasado y el Oscar a la coreana Parásitos (Bon Joon-ho) ha consagrado de manera simbólica una idea fundamental para entender el cine de hoy en día: el talento, la efervescencia y los grandes cineastas no están ya solo en los grandes de poder de producción cinematográfica.

La Berlinale no tiene que comprometerse ya con ningún cine. Ese cine periférico ha ocupado ya el centro y es realidad. La lucha ahora es otra: No es momento para cine corriente. Con las grandes majors, principalmente Disney, fagocitando todo a su paso y homogeneizando las carteleras con productos prefabricados, el equipo de la Berlinale considera que la verdadera militancia está en defender ese cine de calidad, arriesgado, que puede nacer en Europa, Asia o Latinoamérica. El origen es lo lo de menos.

Programa, programa, programa…

“Todo va sobre cine, sobre la programación, no sobre la presencia de un director importante o el descubrimiento de tal o cual cineasta”, revela una de las programadoras del festival. No es momento para cine corriente. El mantra lo asumen tanto los tipos y tipas duros de la sección oficial, los hispsters de Panorama o los intelectuales de Fórum. A la hora de la verdad, todos hablan de lo mismo.

“Chatrian ha llegado desde Locarno para brindarle su espíritu a este festival. A priori, le ha devuelto el nivel a la sección de competición”, apunta un crítico habitual de este certamen. Entre los grandes nombres que podrían llevarse el codiciado Oso de Oro, se encuentran la británica Sally Potter -con una película rodada en Almería con Javier Bardem y Salma Hayek, The Roads not Taken-, el coreano Hong Sangsoo –The Woman Who Ran. Multipremiado en Locarno y Cannes- o el neoyorquino Abel Ferrara, que presenta la coproducción europea Siberia con Willem Defoe en el reparto.

Como laboratorio experimental, el director italiano ha apostado por la creación de una nueva sección, Encounters, donde da rienda suelta a autores de culto en los circuitos cinéfilos más alternativos como Cristi Puiu -integrante de la llamada nueva ola rumana, que presenta Malmkrog-, la animación checa de Mariusz Wilczyński (Kill it and leave this town) o la mastodóntica The Works and Days (of Tayoko Shiojiri in the Shiotani Basin) de Anders Edström.

Las expectativas, en cualquier caso, son tan altas que, pase lo que pase este año, no dejará a nadie indiferente y marcará a fuego el transcurso de los próximos años… ¿triunfará el cine extraordinario?


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