El equipo de programación del festival de Sevilla une muchos de los estrenos más esperados de la temporada con una sección, Esenciales, en que se revisitan las películas que han forjado la mirada y la historia del cine europeo, con propuestas como La misión, París, Texas, Rufufú, Solas o Tasio.
Pero también entre los estrenos mundiales como el documental de Hugo Cabezas y Alejandro Toro sobre el fotógrafo Atín Aya o el cortometraje, Zapal, la memoria de una fotografía, de José Luis Tirado y Francisco Artacho, el festival rinde homenaje a la fotografía como semilla y germen de primigenios guiones de la historia del cine.
Desde el momento en que aparece la primera fotografía del científico e inventor francés Joseph-Nicéphore Niépce en 1827, llamada Punto de vista desde la ventana en Le Gras, que tras ocho horas de exposición capta el techo de la finca del propio fotógrafo, la imaginación no podía más que dispararse y completar ese trozo de realidad.
¿Quién estaba detrás de esa imagen? ¿Dónde se había tomado? ¿Por qué ese espacio concreto, limitado y vacío de personajes? Cada espectador comenzó a crear su propio guión y poco después con la suma de imágenes, de la imagen fija a la imagen en movimiento, se produce el gran salto de la fotografía al cine.
Atín Aya: retrato del silencio retrata el recorrido profesional y personal de uno de nuestros fotógrafos más impactantes y cinematográficos. Por desgracia, no tan conocido como debería ser por su talento y mirada.
La película comienza con una magnífica cita: lo que no quiero vivir lo fotografio. Lo que no quiero fotografiar lo vivo. Los álbumes de Atín Aya, Las marismas del Guadalquivir, Sevillanos, Paisanos, son cientos de guiones cinematográficos en potencia (tanto que inspiraron a Alberto Rodríguez en La Isla Mínima).
El fotógrafo dejaba traspasar la personalidad y las circunstancias que acompañaban a cada persona que se ponía delante de su cámara. Retratos en situación que cuentan mil historias, que incitan a soñar y reconstruir vivencias y experiencias.
Un retrato de una España alejada de los fastos de luces y color que acompañaron una época, la transición, en que se ilumina con exceso la oscuridad que se iba retirando. Es curioso que de los 100.000 clichés de Atín Aya que se conservan, solo uno 500 sean en color.
El formato elegido por el documental es de 5:4 por lo que las fotografías parecen concebidas para la gran pantalla. Las influencias en las fotografías de Atín Aya, esos espacios tan ilimitados y de película de western, pueden ser muchas, todas las de los mejores fotógrafos del siglo XX: Henri Cartier-Bresson o Walker Evans.
Pero personalmente me gusta pensar que es digno heredero de Félix Arnaudin, un fotógrafo francés del siglo XIX que retrató Las Landas y a sus paisanos, como Atín Aya lo hizo con el Guadalquivir y sus habitantes.
Dos lugares de marismas, dificilísimos para habitar entre humedales y mosquitos, y alejados tan solo de 30 kilómetros de la modernidad naciente de las ciudades. Atín Aya encontró en las marismas del Guadalquivir un espacio similar a las Landes, pero un siglo después.
Zapal, la memoria de una fotografía, de José Luis Tirado y Francisco Artacho, filma en un magnífico corto toda la historia que cuenta un solo cliché. Realizado en 1937 en el poblado chabolista del Zapal en Barbate por otro fotógrafo, José Reymundo González (1869-1950).
Jugando con los planos (cortos, medios, de situación…) sobre la fotografía y con una voz en off, José Luis Tirado y Francisco Artacho van desgrando las vidas y la existencia de ese poblado, que llegó a tener 3.200 personas, poco después del inicio de la guerra civil. La existencia de María La Ratona, sus problemas cuando convocaron una huelga, su miseria… pero también la solidaridad entre sus gentes.
Un magnífico doble programa fotográfico y, sobre todo, muy cinematográfico.