El Festival de Sitges cierra su 52ª edición marcado por la locura. Sus mejores películas han estado protagonizadas por alguna enfermedad mental porque… ¿qué da más miedo que nuestra propia mente?

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15 Oct 2019
Esther Lopera
the nest

El Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges cierra su 52ª edición marcada por la locura.  Aunque este año se celebraban los 40 años de la postapocalíptica Mad Max, como bien revelaba el cartel, la auténtica protagonista del festival ha sido la mente y más concretamente las pesadillas que esta puede provocarnos.

Ya sea por condición natural (habitualmente por genes heredados) o como efecto de las vicisitudes que nos depara la vida (dígase las putadas que nos propician los otros), nuestra maravillosa y retorcida mente puede convertirse en una trampa cuando no distingue la realidad de la fantasía.

Si además de estar tarado gozas de una creatividad desbordante, tienes muchos puntos para vivir continuamente en una pesadilla y convertirte en un personaje de H.P. Lovecraft, zampando placentas con tus tentáculos de pulpo y acostándote con criaturas de tres cabezas. Al fin y al cabo, ¿qué hay más terrorífico que nuestra propia imaginación?

Los profesionales de este gran psiquiátrico llamado Festival de Sitges lo saben bien y nos han regalado un buen puñado de diagnósticos, en forma de películas, que podemos englobar en un genérico llamado “enfermedades mentales”, sin que esto signifique que no nos tomamos en serio los problemas mentales. Más bien al contrario. Tal y como dijo Adam Egypt Mortimer al presentar Daniel isn’t Real, un film que abarca la esquizofrenia desde su personal punto de vista: “Nos tomamos muy en serio este tipo de enfermedades y este es un retrato de la pesadilla en que puede convertirse”.

Los mejores trastornos mentales

The Lighthouse: trastorno delirante

Era uno de los platos fuertes del festival y no ha decepcionado. El aclamado director de The Witch, Robert Eggers, dejó el listón muy alto en la edición de 2015. Todos recordamos como en su ópera prima el diablo se encarnaba en un macho cabrío llamado Black Philipp, regalándonos una nueva visión del terror con tintes góticos.

Ahora, Eggers vuelve con una historia –aparentemente- sencilla y una puesta en escena teatral en la que los dos protagonistas, encarnados por Robert Pattinson y Willem Dafoe, custodian un faro perdido en la furia del océano.

Al más puro estilo de Herman Melville y su Moby Dick, los dos personajes vivirán un periplo que irá cambiando. Eggers utilizará la mente de Ephraim Winslow (Pattinson), un aprendiz de farero que verá en el viejo lobo de mar Thomas Wake (Dafoe) a un duro compañero de fatigas. Winslow deberá encargarse de los trabajos más arduos y poco a poco su mente, encerrada en el oscuro mar que envuelve el faro, derivará en una experiencia delirante, en la que pulpos y sirenas distorsionarán su realidad hasta engullirlo.

Entre imágenes oníricas, tensión sexual y gaviotas que auguran el desastre, los dos personajes entran en un círculo de amor-odio que los llevará a intercambiar su identidad, en un ejercicio de guion inteligente que hizo estallar la cabeza de todo el auditorio. El film es tan apasionante como complejo. Y esa es precisamente su mejor arma: las diferentes lecturas que Eggers pone sobre la mesa.

Está rodado en formato cuadrado 4:3 y en riguroso blanco y negro, en un claro homenaje al expresionismo alemán. Cuenta con una exquisita fotografía y unos planos que se te va la peluca. Una pena que no estuviera en competición porque habría sido, sin duda, la ganadora. The Lighthouse consiguió volvernos locos a todos.

El hoyo: trastorno de la conducta alimentaria

¡Habemus ganadora! Y tremenda ganadora. El hoyo, ópera prima del director vasco Galder Gaetzu-Urrutia es -de largo- el film más original que hemos visto en esta edición y se ha llevado el gordo. Mejor película, escogida por el jurado, y Premio del público; Citizen Kane para Gaetzu-Urrutia como director revelación, además de algún premio técnico, como a los mejores efectos especiales. ¿Se puede pedir más?

Hermana de Cube (de Vincenzo Natali), la trama gira en torno a diferentes personas encerradas en una extraña cárcel de varios pisos. Cada piso tiene dos inquilinos y un amplio agujero en el centro por el que puedes ver a tus vecinos. Por este, irá pasando cada día una bandeja de suculenta comida de la que todos deberán comer para sobrevivir, incluso los de más abajo, que solo reciben restos.

Con esta premisa, el director plantea una crítica a los valores de nuestra sociedad y busca incomodar al espectador, convirtiendo el momento de la comida en un arma de doble filo. El trastorno de la conducta alimentaria se produce cuando, para sobrevivir, en vez de una pierna de cordero te zampas la pierna de tu compañero.

Un guion redondo con diálogos incisivos que bebe del teatro y una realización impecable son las bazas principales de esta producción que marcará un antes y un después en el cine de español de autor y de género. Que aproveche.

The Lodge: trastorno por estrés postraumático

Severin Fiala y Veronika Franz presentaron en 2014 Goodnight mommy, la gran sorpresa del festival y una de las películas más incómodas y malrolleras que se han presentado (con permiso de los films de Gaspar Noé y Martyrs de Pascal Laugier). Seguramente por esta razón, The Lodge, el segundo film de la pareja, no ha conseguido impresionar a las masas. Estamos ante una producción notable, que sigue la estela de su predecesora: una puesta en escena fría para presentar una truculenta relación entre madre-hijos.

En este caso, los realizadores introducen la figura de la madrastra y la muestra como una víctima de la sociedad. Una mujer sufre un trastorno por estrés postraumático, provocado por su trágica experiencia en una secta. A partir de aquí, un poco más de lo mismo: misterio y terror psicológico, tergiversando la inocencia de los niños y conjugando bien sus cartas en un paisaje gélido.

Daniel isn’t real: esquizofrenia paranoide

Y llegamos a Daniel isn’t real, el film que mejor retrata una enfermedad mental que da mucho, mucho miedo: la esquizofrenia paranoide. Daniel (Patrick Schwarzenegger, hijo de Arnold y de Maria Shriver) es el amigo invisible de Luke (Miles Robbins, hijo de Tim y Susan Sarandon), un adolescente que consiguió encerrar a su amigo cuando era niño pero que ahora, ante los problemas típicos de los teenagers, ve en él la salvación.

Adam Egypt Mortimer es el director de este film indie que indaga en la profundidad de la psique, consiguiendo dar forma a los demonios de un adolescente con secuelas, porque no hay nada más terrorífico que los miedos que se mantienen agazapados en nuestro subconsciente.

El film ha gustado y gran culpa la tiene la estupenda interpretación de Miles Robbins, quien se ha agenciado el premio a la mejor interpretación. Cuenta con ecos a Lovecraft -quien mejor para retratar un mundo onírico donde reina el horror- y lo mejor de todo es que Egypt Mortimer consigue con sus giros de guion que el espectador se plantee si Daniel es real.

Vivarium: trastorno antisocial

Tras su paso por Cannes, llega a Sitges Vivarium, de Lorcan Finnegan: otra rareza para enmarcar. Una pareja norteamericana acude a una agencia inmobiliaria en su búsqueda de una casa. Un agente (creepy de cojones) los recibe y les ofrece el hogar “de sus sueños”: una construcción ubicada en una extraña urbanización de casas adosadas.

La pareja seguirá al agente para ver la casa y empezará así una pesadilla que ambos revivirán en bucle, volviendo una y otra vez al mismo lugar. Tras meses sin encontrar más salida que la escalofriante casa, los jóvenes padecerán una especie de trastorno antisocial severo, al no adaptarse a las normas que se imponen en las cuatro paredes.

El film se torna en una parábola sobre el significado del hogar y sobre los cimientos de los valores americanos. ¿Qué necesitamos para ser felices? ¿Tenemos hijos porque lo deseamos o porque nos lo impone la sociedad?

¿Es el amor para siempre o un mero proceso de nuestras vidas? Esta y otras cuestiones se plantean a través de la fina sci-fi que destila Finnegan en su largometraje. Un ejercicio de autor opresivo y angustioso bien tejido, en el que destacan los dos protagonistas: Imogen Poots (quien se ha llevado el premio a la mejor interpretación femenina) y Jesse Eisenberg, un veterano ya en los films de Sitges. Imperdible.

The Nest: trastorno obsesivo-compulsivo

Samuel es un niño paralítico que vive con su madre en una mansión aislada en el bosque, la cual tiene prohibido abandonar. La llegada de la joven criada Denise aportará algo de luz en la estricta rutina del muchacho, pero la madre seguirá vigilando de cerca todos sus movimientos. Con una delicada fotografía y una ambientación gótica que te transporta al mejor cine fantástico de corte tradicional, The Nest es una de las sorpresas del Festival.

El film avanza sin que resulte especialmente interesante, mostrando la obsesión de la madre (que no está muy fina) por mantener a su hijo al margen de cualquier peligro. Y cuando menos te lo esperas…¡Pam! el guion pega una campanada final que lo catapulta al éxito. Todo el auditorio se reincorporó en sus asientos con los ojos abiertos como platos, rollo: “what the fuck?”.

Las mejores historias de amor

No solo de enfermedades mentales se nutre el festival y prueba de ello son las producciones que han retratado bellas historias de amor. Entre ellas, destacan dos perlas en clave documental que han centrado el protagonismo en dos personajes icónicos del género: Alien y Satán. Dos nombres propios instaurados en el imaginario colectivo, con un amplio universo que despiertan pasiones.

Hail Satan?: Amarás a Satán sobre todas las cosas

El amor a Satán es eterno. Este documental es una crónica del extraordinario auge de uno de los movimientos religiosos más controvertidos de la historia de los Estados Unidos. Hail Satan? documenta (muy bien) la historia del Templo Satánico, desde sus exiguos inicios en los medios a la multiplicación de adeptos. Penny Lane hila con garbo y se apoya en entrevistas a los líderes más interesantes de este movimiento.

El resultado nos ha vuelto locos y ha sido premiado con una Mención Especial. Será por el ojo de cristal del fundador o quizás por los cuernos de cabra de su portavoz, pero Penny Lane consigue introducirnos en el movimiento y abrirnos los ojos: los seguidores del Templo Satánico no son el demonio, son un grupo de “progres” que creen en la libertad, en todas sus formas y que luchan contra las injusticias.

Cuidado que si ves este docu, te unes a ellos irremediablemente. Así que repite conmigo: “¡Hail Satan!”.

Memory: The origins of Alien, el pasajero de mi corazón

Alexandre O. Philippe ya nos enamoró en 2017 con su análisis de la mítica escena de Psicosis en 78/52. Ahora vuelve para desvelarnos el universo que rodea a Alien, el bichejo extraterrestre que cuenta con una legión de seguidores y que se ha convertido en un icono. Lo hace desvelando el origen de la película, vertebrando un triángulo entre Dan O’Bannon (guionista), Ridley Scott (director) y H.R. Giger (el artista que le dio forma).

Nos explica cómo se engendró la idea, utilizando la mitología griega, los cuadros de Francis Bacon y el poder de la mujer. También plantea cómo el film combatió la misoginia que reinaba en el cine, a través de la sexualidad del mismísimo Alien, y se introdujo en el transhumanismo de forma pionera. Todo, para que entendamos cómo una obra como Alien, el octavo pasajero se ha convertido en un hito de la historia del cine del terror y la ciencia ficción. Una delicia para los más mitómanos.

Odiar es gratis

Y del amor, pasamos al odio: La película que más odio ha despertado entre los espectadores (y no es para menos) ha sido Lux Æterna. Enfundada en un halo de protagonismo insólito –sobre todo porque es un mediometraje- y firmada por l’enfant terrible de Sitges, Gaspar Noé, llega este experimento audiovisual molesto y sin ningún tipo de interés que intentaba poner de manifiesto cómo un rodaje puede convertirse en una pesadilla.

Y sí, realmente la pieza es una pesadilla que destila pedantería y que se antoja insoportable desde el minuto uno, no porque Gaspar sepa cómo incomodarnos, como otras veces, sino más bien porque no se aguanta por ningún lado. Algo que intuimos todos cuando el mismo director dijo al presentarla (ebrio y balbuceando, por cierto): “Se trata de un guion de dos líneas que debía durar 12 minutos y ha durado 52”. Ea.

Con todo, el Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges se despide con la cabeza bien alta, pues en su oferta no ha faltado nada: terror, zombis, sangre, vísceras, risas nerviosas, misterio y locura, mucha locura.

El último día, aplaudíamos y gritábamos en comunión en la sesión de clausura cuando veíamos aparecer por última vez el mono emblema del Festival, sonriendo con esa amargura propia que te invade cuando algo bonito se acaba. Gracias Sitges, por hacernos vivir la peor pesadilla de nuestras vidas.


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