Cada día nacen unas 370 000 personas en el mundo, pero el audiovisual parece sentir más atracción por reflejar la muerte. A pesar de ello, el cine nos ha regalado muchos partos memorables, en estilos muy distintos, del documental a la ciencia-ficción. Nos quedamos con nueve de ellos.

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5 Jun 2017
Juan Antonio Bermúdez
the nest

Se calcula que cada día nacen unas 370.000 y mueren unas 213.000 personas en el mundo. Sin embargo, el parto está infrarrepresentado en el audiovisual en relación con el otro gran extremo de la vida: en la historia del cine, en concreto, hay muchísimas más muertes que nacimientos, algo que merecería una extensa reflexión que se escapa de este artículo.

Aun así, muchas cámaras se han fijado en ese pequeño gran milagro que supone que un cuerpo humano salga al mundo desde otro cuerpo humano. Y tanto desde la vocación documental como desde la ficción más inverosímil, con sangre o con metáforas, el cine nos ha dejado muchos partos de película. Allá van nueve de ellos que, perdón por el spoiler, terminan bien.

El parto de Melanie
Empezamos con un clásico entre los clásicos: Lo que el viento se llevó. Casi al final de la primera parte, en una Atlanta devastada por el combate secesionista, Melanie se pone de parto. Y Scarlett, que ha prometido a Ashley que la cuidará, no encuentra un médico que pueda ayudarla y tiene que ser ella misma la que la asista. Las que empezaron como rivales amorosas terminan siendo amigas y trayendo juntas una nueva vida al mundo.

El parto de Isabel
El comienzo de Carne trémula (1997) ha quedado como uno de las grandes secuencias de Almodóvar. En el Madrid de los años 70, Penélope Cruz, en el papel de Isabel Plaza, una chica de pueblo recién llegada a la capital, da a luz en un autobús urbano con la única ayuda de la dueña de la pensión en la que se aloja. ¿Y quien interpreta a esta improvisada matrona? Pues nada más y nada menos que la que algunos años más tarde se convertiría en su suegra en la vida real: Pilar Bardem. La vida y el cine, esa trenza.

 

El parto de Vanessa, Kokoya, Yukiko, Le Tu Du, Sandy, Sibérie, Gaby, Majtonré, Mané y Sunita
A medida que el cine ha ido rompiendo ciertos tabúes en la representación de lo carnal, se ha ido generando un amplísimo repertorio de acercamientos documentales al acontecimiento. Muchos de ellos parten de una militancia explícita en el denominado “parto natural”, como es el caso de El negocio de nacer (Abby Epstein, 2007)  o Freedom for Birth (Toni Harman y Alex Wakerford, 2012). Otros, como por ejemplo Partes de partos (Faustina Hangling, 2013), reúnen diversos testimonios de protagonistas recientes directos. Otros, quizá los que pueden resultar más interesantes para el público general que no se acerca al tema con un interés pedagógico, muestran el ritual del nacimiento en contextos cercanos o exóticos. Entre estos últimos, nos gusta especialmente Le premier cri / El primer grito (Gilles de Maistre, 2007), que muestra diez partos en diez lugares del mundo, con rituales y procedimientos muy diferentes: desde un parto en una choza en Tanzania a uno en un acuario entre delfines en México.

El parto de Kee
La ciencia-ficción ha dado partos muy curiosos a la historia del cine, pero por quedarnos con uno humano (demasiado humano quizá), hemos seleccionado el de Hijo de los hombres (Alfonso Cuarón, 2006). En una sociedad distópica, en la que tanto hombres como mujeres han perdido la capacidad de procrear, una refugiada embarazada es la única esperanza de supervivencia humana. En medio de un ambiente ultraviolento y tras pasar muchas penalidades, la mujer consigue dar a luz en un campo de refugiados en lo que supone un rayo de esperanza para la humanidad.

El parto de Mamá Elena
Fiel a la novela de Laura Esquivel en la que se basa, Como agua para chocolate (Alfonso Arau, 1992) comienza con el nacimiento de Tita, la protagonista, sobre la mesa de la cocina de su casa familiar. El parto fue prematuro porque Tita era tan sensible que, todavía dentro del vientre de su madre, lloraba cada vez que esta picaba cebolla. Y su llegada al mundo vino así acompañada por un torrente de lágrimas que se desparramaron por el suelo de la cocina y que, una vez secadas, sirvieron como sal para cocinar durante varios años. El realismo mágico tiene estas cosas.

El parto de Rebecca
El cine estadounidense mainstream ha tratado con frecuencia la maternidad en un registro histriónico y paródico. Solo hay que pensar en comedias como Un lío embarazoso (Judd Apatow, 2007). Quizá la más exitosa de esas comedias que giran en torno a la llegada al mundo de un bebé es Nueves meses (Chris Columbus, 1995), que cuenta además con una larguísima escena de parto con todos los tópicos típicos: padre impresionable que se desmaya a las primeras de cambio (Hugh Grant), ginecólogo loco (Robin Williams) y mamá encantadora que pone orden en el paritorio y va soportando todos los avatares de la situación casi sin despeinarse (Julianne Moore).


El parto de Juno
Muy lejos de los ejemplos anteriores está Juno (Jason Reitman, 2007), pequeña película independiente por la que la guionista Diablo Cody ganó el Oscar. Cuenta el embarazo no deseado de una adolescente que decide tener al niño y darlo después en adopción. Las escenas finales del filme, con la insegura madre adoptiva conociendo al bebé en la incubadora del hospital, están impregnadas de una emocionante verosimilitud.

 

El parto de Silvia
En Abril (1998) Nanni Moretti cuenta muchas cosas. Cumple la promesa de hacer “un musical sobre un pastelero trotskista en la Italia conformista de los años 50”. Hace además cine político y metacine. Pero también cine autobiográfico y toda la película queda atravesada por la experiencia de su paternidad junto a Silvia Nono, su compañera. La cámara respeta la intimidad del momento crucial, el parto queda oculto por una elipse. Pero es desternillante y a la vez conmovedor todo lo que lo rodea: de los vivas a la epidural de Moretti dando saltos por la Isola Tiberina a su nerviosísima charla de preparación en la terraza junto a Silvia.

 

El alumbramiento 
Y cerramos con una pequeña obra maestra de diez minutos firmada por Víctor Erice para el largometraje colectivo Ten Minutes Older, The Trumpet (2002) proyecto ideado por el productor Nicholas McClintock como una reflexión sobre el paso del tiempo en el cambio de milenio. En un emocionante blanco y negro que abre un abanico de potenciales simbolismos en cada uno de sus estáticos planos, Alumbramiento no cuenta exactamente un parto sino una escena algo posterior, exprimiendo la belleza y el suspense de lo cotidiano. Mejor invitar a verlo que revelar más.


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