Gus van Sant resuelve con soluciones tan trilladas como eficaces el biopic de John Callahan, caricaturista alcohólico, tetrapléjico, irreverente y maravilloso

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8 Jul 2018
Juan Antonio Bermúdez
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Título originalDon’t Worry, He Won’t Get Far on Foot 
Duración: 114 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Dirección: Gus van Sant
Guion: Gus Van Sant a partir de las memorias de John Callahan
Fotografía: Christopher Blauvelt
Montaje: David Marks y Gus van Sant
Música: Danny Elfman
Intérpretes protagonistas: Joaquin Phoenix (John Callahan), Jonah Hill (Donnie), Rooney Mara (Annu), Jack Black (Dexter), Tony Greenhand (Tim)

Ese todoterreno llamado Gus van Sant, capaz de transitar por las pantallas de los centros comerciales sin perder cierto aire Sundance, cierto perfume indie, maneja aquí material inflamable: las memorias de John Callahan, irreverente caricaturista cuya biografía está sacudida por el desarraigo de su niñez, el alcoholismo y un accidente de automóvil que le dejó tetrapléjico a los 21 años.

Van Sant selecciona con juicio una década larga de la convulsa existencia de Callahan, la de su veintena, y desordena el relato sin arriesgar apenas en el guion ni en el montaje, manteniendo un hilo muy fácil de seguir, gracias a recursos de eficacia trillada. Hemos visto muchas veces a los protagonistas de un biopic relatar su vida ante un auditorio (o ante varios, trenzados, como en este caso), dando paso desde su narración en primera persona a secuencias ilustrativas.

Quizá esta historia y este personaje requerían o al menos prometían algo más de inventiva, pero el caso es que el director ha decidido ponerse de perfil, borrar sus huellas, esfumarse en un modo de representación clásico, para lo bueno y para lo malo. Incluso cuando cede algunos planos a la animación de las viñetas.

Quedan muchas cuestiones positivas en la película más allá de esa decidida abstinencia autorial. Queda sobre todo una consideración compleja de los personajes y del protagonista en particular. Aún más valiente y válida si tenemos en cuenta lo difícil que era no caer en la caricatura (aquí la expresión viene al pelo) cuando se trabaja con circunstancias vitales de este grosor.

No te preocupes, no llegará lejos a pie cuenta así las lágrimas y dosifica el drama mirándolo de frente, sin manosearlo. Trata la orfandad, el alcoholismo y la discapacidad con el respetuoso descaro que merecen, como condicionantes que no ahogan ni agotan la esencia del protagonista y de los que lo rodean. Y más que humor correcto o incorrecto, hace, al fin, con buenas intenciones y sin trampas, tragicomedia, tal vez el único registro que cualquier vocación realista puede permitirse.

Es posible pensar que todo eso estaba ya en el personaje mismo y en sus memorias. Pero el cine necesita cuerpo. Y ahí es donde van Sant puede reivindicar con todo el derecho su talento, ya que ha sabido corporeizar el espíritu libre y afable de Callahan con la ayuda preciosa de Joaquin Phoenix (bordeando a menudo la máscara, pero salvándola) y el soporte, el referente, aún más brillante en mi opinión, de algunos de sus compañeros de reparto, de manera especial el de un asombroso Jonah Hill, imprescindible contraparte.

 


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