En ‘Menese’, Remedios Málvarez no rehúye los claroscuros de esta figura que conectó el flamenco con la lucha antifranquista y que se definía como un ser “inamovible”

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20 Nov 2019
Alejandro Luque
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Fue un artista de la pasión y la desmesura. Y, seguramente, un hombre nada fácil. José Meneses Scott se marchó hace tres veranos, dejando un buen puñado de cantes memorables y un perfil imposible de ignorar. Pero la memoria es frágil en este tiempo de prisas y despistes, y basta decir tres veces “Rosalía” para que cualquiera se desvanezca como un fantasma ante un conjuro. Alguien tenía que fijar su leyenda en un documental. Por suerte, lo han hecho. Y se llama Menese.

Remedios Malvárez, la directora del aplaudido filme Alalá, ha tenido a bien contar en un largometraje la vida de Menese. Sus inicios de zapatero y albañil, su debut en el café Central de su villa natal, La Puebla de Cazalla, el encuentro providencial con su mentor, Francisco Moreno Galván, su salto a Madrid y su compromiso político, que le granjeó públicos entusiastas y algún disgusto por parte de la censura, los hitos del Olympia de París y la actuación ante la ONU.

Un documental valiente

Hasta aquí todo lo que está al alcance de la mano en cualquier biografía al uso. Habría sido fácil caer en la simple celebración de su figura, cantar sus gestas y fijar su imagen mirando a la eternidad, como en algunas instantáneas que le hizo Pepe Lamarca –uno de los invitados principales de la cinta, por cierto–. Sin embargo Malvárez no rehúye su deber de indagar en algunos aspectos sensibles de la trayectoria, lo que a mi entender constituye lo mejor de Menese.

Fundamental es en este aspecto el concurso de la viuda del cantaor, Encarnación Gil, que marca el tono perfecto para abordar dichos aspectos: naturalidad, claridad, elegancia, cero morbo. Elocuente cuando se trata de resumir en dos palabras el vínculo de la familia con Moreno Galván (“No era un marido, eran dos”), el alcoholismo del cantaor o la situación de bigamia de facto que toleró por el bien de la estabilidad emocional del esposo (“No hice nada que pudiera alterar su carrera, o una actuación”), así como su terror cerval a envejecer y perder facultades, todo es tratado con delicadeza y respeto, pero sin maquillar o eludir la realidad.

Menese les puso nuevas palabras al cante sin alterar su anciana composición química

Algo más gratuita me parece la presencia de estrellas jóvenes del espectro flamenco actual, como Rosario La Tremendita o Rocío Márquez. Diré, para adelantarme a las suspicacias, que admiro lo que ambas hacen y que, en el caso de Rocío, incluso tenemos una buena amistad, pero no acabo de ver a estas dos buscadoras de nuevos caminos conectadas a un férreo guardián de las esencias, y de la virilidad, como Menese. Sí me encaja en cambio Laura Vital, con quien participó en el álbum A mis soledades voy, de mis soledades vengo, aunque no dejara de ser una cala discográfica más en la vasta singladura del de La Puebla.

Militancia política

Con todo, el trabajo de Malvárez conjuga el buen gusto y la plasticidad que sí eran propios del personaje retratado con una buena descripción del contexto en el que se desarrolló su carrera. Me parece tan interesante volver una vez más a la conexión del flamenco con la militancia antifranquista, en el caso de Menese en el PCE –“Aunque ya no queda nada, desgraciadamente”, suspiraba–, como insistir en el destino de esos cantaores que dieron cobijo en su garganta a los viejos cantes, mientras soplaban con fuerza los vientos de la modernidad. Menese les puso nuevas palabras sin alterar su anciana composición química. No me resisto a recordar mi favorito, conocidísimo por demás: “Señor que vas a caballo/ y no das los buenos días,/ si el caballo cojeara/ otro gallo cantaría…”

Nuestro hombre, en este sentido, se jactaba de ser poco menos que un fundamentalista: “Me moriré siendo inamovible”, vaticinó. Aunque una vez más, es su esposa quien deja su mejor descripción lapidaria: “Nadie ha podido dominar a José Menese”.

Esta crítica se publicó por primera vez en M’Sur


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