Nunca es tarde para el perdón y la salvación. Ese es el potente mensaje con el que Paul Thomas Anderson ascendió al universo de cineastas con sello propio. ‘Magnolia’ es un relato que funciona como un espejo que refleja nuestra condición compleja y contradictoria

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30 Mar 2020
Manuel H. Martín
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El perdón y la salvación. Dos conceptos que solemos asociar al sentimiento religioso, pero que tienen mucho más que ver con lo puramente humano. Fuera de credos y creencias, el perdón y la salvación están directamente conectados con nuestros comportamientos y actos, especialmente con el amor que profesamos hacia los demás y hacia nosotros mismos. Los principales adversarios de estos dos conceptos son el rencor y el odio. Y puede resultar imposible no enfrentarse a ellos sin recorrer espinosos caminos,  al menos una o varias veces en la vida.

Los tortuosos caminos del rencor y el odio, en busca del perdón y la salvación, son, desde el principio de la civilización, caldo de cultivo para gran parte de nuestros relatos, quizás para la mayoría. El cine, como cualquier otra forma narrativa, está plagado de ellos. Magnolia, filme dirigido por Paul Thomas Anderson, es un ejemplo.

La producción estadounidense, estrenada en 1999, fue premiada en Berlín, tuvo varios Globos de Oro, así como varias nominaciones a los Oscar. Hoy día sigue resultando especialmente increíble que no se reconociera a Tom Cruise con el Premio Oscar a Mejor Actor de Reparto por una de las mejores interpretaciones de su carrera. En cualquier caso, la calidad artística de la película, en general, quizás hubiera necesitado de mayor reconocimiento en los Oscars.

Cineasta con sello personal

Magnolia catapultó a su director, y también guionista, a la selecta división de nuevos cineastas con sello personal respetados por la crítica especializada internacional. La filmografía de Paul Thomas Anderson es, sin duda, interesante y está plagada de detalles, aunque a veces nos cueste conectar emocionalmente con algunos de sus pasajes. Sin embargo, Magnolia, al menos para mí como espectador, es la excepción dentro de su filmografía y la película de Paul Thomas Anderson que, hasta el momento, me emociona más.

Las tres horas de metraje de Magnolia invitan al espectador a subirse a un carrusel emocional del que es difícil apearse. Una vez dentro, el viaje resultará intenso a todos los niveles, desde el guión, la puesta en escena y la realización (que recuerdan al mejor Scorsese), la selección musical (las canciones elegidas, la banda sonora de Jon Brion y la letras de de Aimee Mann) o las tremendas interpretaciones.

Las tres horas de metraje de Magnolia invitan al espectador a subirse a un carrusel emocional del que es difícil apearse

Magnolia es uno de esos filmes de los que puedes arrepentirte al no verlo en pantalla grande. Porque, aunque esté lleno de matices y sutilezas, el drama al que asistimos durante su metraje está rodado con un ritmo apabullante y una fotografía y montaje propios del cine de género, incluyendo espectaculares escenas visuales y logrados efectos especiales

Estamos ante una historia a lo Vidas Cruzadas, dirigida por Robert Altman, aunque con fórmula modernizada y resultados más emocionantes. Se trata de un relato coral donde los personajes y las tramas, de forma casual y causal, acaban relacionándose entre sí.

La historia coral de Magnolia tiene personajes variopintos con diferentes conflictos internos: un policía bonachón (John C. Reilly) que solo quiere hacer el bien en un mundo terrible, un enfermero (Phillip Seymour Hoffman) que intenta conectar a dos personas que se odian, un moribundo ricachón (Jason Robards) arrepentido por haber dejado al amor de su vida, una mujer (Julianne Moore) que se castiga por sus infidelidades o  un showman (Tom Cruise) que da charlas sobre dominación de mujeres como superficial escudo a sus verdaderas fragilidades.

Luces y sombras

Puede parecer droga dura, pero no lo es. Como tampoco es un manual de autoayuda. Tiene sombras y luces, como la vida misma. Es cierto que se trata de un filme complicado y complejo que, a pesar de su montaje dinámico y ameno, tiene una gran carga simbólica y momentos que ya son historia del cine.

Entre sus momentos más recordados, encontramos la espectacular secuencia de la lluvia de ranas, alusión religiosa incluida, y, cómo no, la magistral escena en la que los personajes cantan. Aunque podría disfrutarse como un hermoso videoclip, la escena, en la que vamos pasando de un personaje a otro cantando Wise Up de Aimee Mann resulta sorprendente. Es algo que no te esperas y, sin embargo, sucede.

Entre sus momentos más recordados, encontramos la espectacular secuencia de la lluvia de ranas

Volver a verla o recordarla me pone los vellos de punta. Y más recordando que la vi en pantalla grande. Posiblemente una de las escenas más hermosas del cine de los últimos tiempos en lo que respecta a la conexión entre personajes y, especialmente, al pacto y conexión con el espectador.

El grato recuerdo de esta película y el impacto de su visionado depende de cómo nos encontremos. Es cierto que puede resultar, a priori, una película no apta para tiempos difíciles. O puede que no. Quizás nos demos cuenta de que, como ocurre con otras obras de arte de las que hemos disfrutado en diferentes momentos de nuestra vida, Magnolia siempre tendrá algo que nos emocione. Quién sabe si hoy día, o mañana, encontramos algún pasaje en su metraje que nos inspire o del que podamos aprender algo.

Personajes de carne y hueso

Los personajes de Magnolia pueden inspirarnos porque están construido a partir de carne y hueso. Tremendamente reales, podrían servir tanto de patrones narrativos como psicológicos. Como nosotros mismos, todos son fuertes y frágiles al mismo tiempo y están llenos de contradicciones, complejidades y miedos.

En el fondo, simplemente, se trata de un retrato coral de personas heridas que desean ser queridos. Así de sencillo. En Magnolia pocos saben amar y ser amados. Cada uno de los personajes se coloca su máscara y coraza para evitar que el daño y la deriva sean aún peor. Aunque, de repente, todo cambia y se produce el despertar. Y, sin saber si podrán hacerlo o no, al menos lo intentan. Porque todos tienen un objetivo parecido, dejar atrás el rencor y el odio.

Que la película termine con el tema Save me de Aimee Mann no es fortuito, como nada de lo que ocurre en el filme. El espíritu del relato es, a pesar de sus tortuosos pasajes, luminoso y esperanzador. En su final, todas las tramas se cierran y asistimos al acercamiento de personajes, que perdonan y se perdonan, y están abiertos a amar y ser amados. Si vemos la pantalla como un enorme espejo, quizás comprendamos que nunca es tarde para el perdón y la salvación.


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