La figurinista asturiana María José Iglesias es un referente en el cine español. Ha hecho el vestuario de películas como ‘Amanece que no es poco’ o ‘La voz dormida’. Estará en la próxima sesión de Los Oficios del Cine.

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15 May 2019
Juan Antonio Bermúdez
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La figurinista asturiana María José Iglesias es toda una institución en el cine español. Con una carrera de más de tres décadas largas, ha trabajado con cineastas de la talla de Vicente Aranda, Luis García Berlanga, Carlos Saura, Mario Camus o Julio Médem, entre muchos otros. En 2006, consiguió el Goya al Mejor Vestuario por Camarón (Jaime Chávarri) y ha estado nominada en otras dos ocasiones a los premios de la Academia: en 1996 por La ley de la frontera (Alfredo Aristaráin) y en 2012 por La voz dormida (Benito Zambrano).

El lunes 20 de mayo tendremos la suerte de contar con ella en el ciclo Los Oficios del Cine, en una sesión que estará dedicada al diseño de vestuario y que contará también con la participación de otras dos grandes profesionales de este área: las sevillanas Lourdes Fuentes y Consuelo Bahamonde. La asistencia a esta jornada es gratuita y la inscripción puede hacerse a través de este formulario.

 

¿Cómo fueron tus comienzos en el diseño de vestuario para cine?

Como suele decirse, lo mío fue por casualidades de la vida. Aunque no llegué a terminar la carrera, yo estudié Económicas, pero a mí siempre me había encantado la moda y dibujar. Vengo de una familia un poco artista, mi tío fue un pintor bastante conocido en Asturias, acuarelista. Me gustaban mucho las películas de época y siempre estaba comprando revistas francesas de moda. Y de repente, por una serie de circunstancias que son un poco largas de contar, me ofrecieron hacer una película de Pedro Masó. Yo conocía al productor y les falló la figurinista. Era en el año 80, otra época en la que llegar al cine a veces podía suceder de esa forma, sin meritoriaje ni nada. El caso es que salió bien, ahí me metí y desde entonces ya no paré. También es verdad que yo, después de esa primera experiencia, me preocupé por formarme mejor, por aprender a dibujar mejor, por ejemplo, porque sabía que si quería dedicarme a esto iba a tener que dibujar mucho.

 

Hacer una película es un proceso bastante largo y con distintas fases. ¿Cuándo se suele incorporar la persona que va a responsabilizarse del vestuario?

Una vez que te llaman y te mandan el guion, lo primero es reunirte con el director. Y después te vas viendo también con otros departamentos, como por ejemplo el de dirección artística, con el que hay que trabajar de forma muy cercana para definir colores, texturas, etc. Solemos ofrecer una propuesta de cada personaje y se va discutiendo. Luego, en las lecturas del guion, ya con todos los departamentos, se va definiendo todo mucho más.
Y una vez que ya se tienen las ideas más claras se empieza a trabajar ya con los actores y con la figuración. Normalmente, en una película española, para los actores se suele preparar toda la ropa de forma concienzuda y para la figuración se suele alquilar y se adecúa a la ambientación. Pero todo cambia bastante de una película a otra.

Claro, la ambientación es otro elemento fundamental. Los profanos pensamos siempre en el diseño de la ropa pero hay que adaptarla a la apariencia que debe tener en una historia concreta: si va a estar usada, manchada, rota…

Sí, es algo que antes apenas se cuidaba en España, pero que tiene muchísima importancia. Hay muchos sistemas para trabajar sobre la ropa: lijas, productos abrasivos… Es un trabajo físico que resulta difícil e incluso muy duro algunas veces, y del que también se encarga el equipo de vestuario. Y ya hay gente que está especializada en la ambientación.

En el rodaje, ¿suele estar presente el figurinista de forma permanente?

Normalmente, el figurinista debe estar al menos siempre que se empieza a rodar una secuencia nueva, con vestuario nuevo, por si acaso falla algo. También es muy importante estar en secuencias complicadas, por ejemplo cuando se rueda una batalla o cuando se va a usar ropa muy manchada, para resolver cualquier cuestión que pueda surgir. El figurinista en esos casos puede que no esté todo el tiempo en el set de rodaje, pero sí está cerca, en el espacio que se habilita para el vestuario, probando quizá otro vestuario, disponible para cualquier cosa que pueda surgir. Y parte del equipo está de forma permanente en el set, asistiendo al rodaje.

 

¿Hay algún género o algún tipo de vestuario en el que te guste más trabajar?

A mí siempre me ha gustado mucho el cine de época. Es más complicado, pero el resultado siempre es más bonito. Menos cine ambientado en la prehistoria, creo que he hecho de todo: películas en época romana, en la Edad Media, en los siglos XVI y XVII… Y me ha gustado mucho trabajar, por ejemplo, en El Ministerio del Tiempo, que íbamos saltando de una época a otra. Pero, si tengo que quedarme con una, me gusta especialmente el siglo XIX y principios del XX. Y en cuanto a mi género favorito, sin duda prefiero las películas que dejan mucha imaginación para el vestuario, que te permiten ayudar en la descripción de un personaje y hacerlo destacar pero de una manera tenue, sin resaltar por encima de la historia y la interpretación.

El vestuario y el maquillaje, por otro lado, ayuda a que los actores se vean en el personaje. Y yo valoro mucho la relación con los actores. Por desgracia, muchos de los que he conocido se han ido muriendo, pero he vivido momentos muy buenos en los rodajes, momentos de mucha camaradería, de charla con actores que eran interesantísimos, como Fernando Fernán-Gómez, por ejemplo, que aunque tenía fama de antipático era todo lo contrario; todo lo que contaba era tan interesante y tan gracioso que daba gusto escucharle.

 

¿Ha cambiado mucho el oficio desde que empezaste? ¿Influyen las nuevas tecnologías en vuestro trabajo?

Claro, la tecnología ha cambiado muchas cosas. En los planos generales, por ejemplo, antes, si salía mucha gente, había que vestir a todo el mundo. Ahora vale con vestir a unos pocos y luego en postproducción los multiplican digitalmente. La primera vez que vi eso fue en Belmonte (Juan Sebastián Bollaín, 1995). Había que llenar plazas de toros y lo que hacíamos era crear zonas pequeñas de espectadores a los que vestíamos. Y luego se repetían estas imágenes y formaban la plaza completa. Cuando luego vi el resultado, dije: ¡madre mía!

 

Y el mismo cine español entiendo que también ha cambiado en estas décadas que has podido vivir en primera fila…

Y luego, además de por la tecnología, el cine ha cambiado un montón en general. Ahora todo es mucho más rápido, vas siempre corriendo. Y claro, cuando quieres hacer las cosas bien, te duele que no te den tu tiempo, que te traigan los actores secundarios prácticamente el día antes de rodar y casi no has podido ni verlos. Todo eso lo he vivido en las últimas películas que he hecho y también lo sé por mis hijas, que ahora mismo están trabajando en vestuario.

Yo creo que antes había un poco más de respeto hacia los directores de equipo, nos dejaban más tiempo para todo, podías hablar más con el director, si algo faltaba podías esperar. Ahora no, ahora tiras para adelante y nada más. Aunque hay de todo, claro, hay películas más cuidadas, que es algo que básicamente significa que tienen más dinero y por tanto más tiempo para cuidar la creatividad. Aun así a mí me gusta mucho este trabajo. Es precioso, creativo, aunque tenga algunos disgustos.

 

Has trabajado en varias ocasiones en producciones andaluzas, ¿cómo ha sido esa experiencia?

Estupenda siempre. Tanto por la gente con la que he coincidido en ellas como porque me gusta mucho Andalucía. Del rodaje de Belmonte, en Carmona, por ejemplo, tengo muy buenos recuerdos. Había una figurante muy buena, que nos ayudaba mucho al equipo de vestuario y que al final terminó trabajando con nosotros. Y tengo muy buen recuerdo también del director, Juan Sebastián Bollaín.

Andalucía tiene además unos decorados naturales y monumentales tremendos. Y eso es una suerte. Por eso viene tanta gente de fuera a España y a Andalucía en concreto. Porque los técnicos son muy buenos y porque además es tan diverso este país, tiene tanta variedad de escenarios, que es un lujo rodar aquí.

Ahora que lo ves un poco en perspectiva, ¿de qué proyecto te sientes especialmente satisfecha?

Pues mira, te podría decir que de una serie, La forja de un rebelde, en la que estuvimos más de un año trabajando, y también estuvimos en Andalucía (en Antequera, en Cádiz, en Tarifa…). Estoy muy orgullosa porque atravesaba muchas épocas y quedó muy bien. Y también me gustó mucho hacer la vida de Blasco Ibáñez para televisión, con Berlanga.

Y luego, por ejemplo, también estoy satisfecha de proyectos más pequeños, como una adaptación que hicimos de los Esperpentos de Valle Inclán. Eso pasó sin pena ni gloria, también para televisión, pero quedó precioso.

 

Por hacer una suposición un poco loca, ¿en qué película de la historia del cine te hubiese gustado encargarte del vestuario? ¿O a qué personaje?

En La edad de la inocencia. Se da la circunstancia de que cuando leí la novela, no se había hecho aún la película. Y como la escritora describía tan bien aquellos ambientes de la clase alta de Nueva York y de Filadelfia, yo ya me imaginaba el peliculón que se podía sacar de allí. Y al cabo de un tiempo, cuando vi que habían hecho ya la película, la verdad es que me pareció impresionante. Bueno, y también me hubiese gustado hacer muchas más: My fair Lady, Lo que el viento se llevó… Yo, cuanto más tela, mejor.

 

¿Qué le recomendarías a una persona que esté interesada en dedicarse a este oficio?

Yo les diría que es un trabajo bonito y gratificante, pero duro. Hay que poner mucho empeño y mucha voluntad. Y prepararse: estudiar, ir a museos, leer sobre la historia del traje… Y por supuesto, hay ver mucho cine. De todo eso sacas ideas fundamentales para tu trabajo.


Un comentario sobre “Mª José Iglesias: “El vestuario es un trabajo precioso aunque dé disgustos”

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