La muestra ‘España, años 50. Carlos Saura’ recoge un centenar de fotografías del cineasta aragonés que testimonian desde su particular visión la dureza y la miseria de la larga posguerra española

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27 Ago 2018
Juan Antonio Bermúdez
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Antes de estudiar en el legendario Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas de Madrid, mucho antes de convertirse en un cineasta de referencia dentro y fuera de España por películas como La caza o Peppermint frappé (ambas merecedoras del Oso de Plata a la Mejor Dirección en Berlín, en 1965 y 1967) o como La prima Angélica o Cría Cuervos (Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes, en 1973 y 1975, respectivamente), Carlos Saura ya era fotógrafo.

Sus imágenes fijas estaban a la altura de los grandes de esa disciplina que visitaron a mediados del siglo XX una España que empezaba a desperezarse tímidamente de la postguerra: Henri Cartier-Bresson, Inge Morath, Eugene Smith… Lo certifica alguien con una gran competencia a la hora de valorar este arte: Oliva María Rubio, directora artística de La Fábrica, responsable del Máster de PhotoEspaña y comisaria de la exposición España, años 50. Carlos Saura, que tras pasar por otras ciudades puede verse en Sevilla, en la sede de la Fundación Cajasol, hasta el 2 de septiembre.

Saura se muestra incrédulo cuando le hablan de un vínculo entre sus fotografías iniciales y su obra cinematográfica posterior, pero lo cierto es que ya en muchas de las imágenes fijas hay una voluntaria secuencialidad, el intento de contar una historia mediante la asociación de varias tomas. Y eso es, en el fondo, el cine. Pero es verdad también que sus trabajos fotográficos tienen identidad y un gran valor por sí mismos, sin necesidad de entenderlos como un preámbulo.

España, años 50. Carlos Saura recoge una serie de instantáneas tomadas por el cineasta aragonés a lo largo y ancho del país, pero sobre todo en el tuétano de su geografía: la Andalucía interior o las conocidas entonces como las dos Castillas, la Nueva y la Vieja, que integraban entre otras comunidades actuales la de Madrid. Saura había empezado a tomar fotos por pura vocación documental, aprendiendo de forma autodidacta. Con el tiempo, llegaría a documentar por encargo los famosos Festivales de España. ABC le publicó una fotografía en su portada y París Match le llegó a proponer que se integrase en su plantilla fija de fotógrafos. Pero en ese momento se le cruzó ya su otra vocación, el cine, y decidió poner todas sus energías profesionales en la imagen en movimiento.

De esos viajes por la España de los 50 surgen, fuera de cualquier encargo, el centenar de documentos fotográficos que pueden verse en la exposición. Oliva María Rubio explica que las imágenes no llevan título ni datación porque Saura no se preocupaba ni siquiera de anotar los pueblos que visitaba. Se han ordenado luego por lugares o regiones: ‘Cuenca’, ‘Sanabria’, ‘Andalucía’, ‘Castilla’…  Pero en realidad esa ausencia de identificación concreta no es grave, porque lo importante es su capacidad testimonial de una atmósfera, de una época, casi de un estado de ánimo social. “Lo que impacta de este trabajo es, por una parte, la empatía de Saura hacia los pueblos y sus gentes y, por otra, ese anhelo de hacer una fotografía que es documento pero va más allá, porque tiene un toque personal”, señala Rubio.

La referencia neorrealista es inevitable. En la década anterior, el neorrealismo italiano había explotado, pasando de la fotografía al cine e internacionalizándose. Sin embargo, la comisaria considera que no hay tanto una influencia directa de los maestros del neorrealismo italiano como una atmósfera común, que también se dio en otros fotógrafos españoles como Francesc Català-Roca o Ramón Masats. “Italia y España en ese momento se parecían mucho”, comenta Oliva María Rubio, que sí reconoce una cierta conexión del trabajo de Saura con ‘Spanish Village‘, el histórico reportaje publicado por el fotógrafo estadounidense Eugene Smith en la revista Life en 1951, en el que retrataba la dureza y la negrura de la España más pobre, concentrada en la villa cacereña de Deleitosa.

Solo unos años después, Saura acompañaría al realizador Eduardo Ducay como ayudante para un reportaje en imágenes en movimiento sobre la presa que se estaba construyendo en la comarca zamorana de Sanabria. Y allí Carlos Saura encontró su Deleitosa particular, la españa más enlutada y mísera, que le recordaba también a aquellas Hurdes que su paisano Luis Buñuel había documentado un cuarto de siglo antes en Tierra sin pan.

De esa serie sobre Sanabria, impresiona especialmente una imagen en la que se ve a un niño encerrado en una pequeña jaula. Y conmueve también conocer que poco después de que Saura hiciese aquellas fotografías, en enero de 1959, se desbordó la presa de Vega de Tera, en esa misma comarca, en la conocida como Catástrofe de Ribadelago, que causó 144 muertos y alteró trágicamente la vida de muchas de las personas retratadas.

Junto al luto y la miseria, se atisba en otras series un cierto respiro, la esperanza en un porvenir mejor o al menos la alegría de vivir a pesar de las condiciones extremas, como en algunas de las imágenes de los trabajadores del campo andaluz, que sonríen ante la cámara de Saura. O como las instantáneas festivas que también ocupan un papel importante en la muestra, en novilladas o en festejos populares tradicionales en los que la cámara del aragonés está siempre pendiente de la gente, de su manera de estar en la escena. O algunas otras fotografías que muestran la dignísima alegría de los humildes bailes de domingo en Madrid, a los que acudían las “chicas de servicio” a buscar novio o simplemente a pasar lo mejor posible sus pocas horas libres.

Rostros y ritos, al fin, de eso que se ha llamado muchas veces con cierto aire de superioridad o desdén “la España profunda”, que en Saura adquiere una consistencia de denuncia política y una hondura de testimonio antropológico, volteando la expresión y encontrando la profundidad de un país constreñido y que apenas tenía derecho a soñar con otro tipo de imágenes.

Lo resume muy bien la comisaria Oliva María Rubio: “Al final, la fotografía siempre es un testimonio. En este caso, el testimonio de una época y de una España que parecen lejanas pero no lo son tanto”. Y ella concluye con algo que nos parece una rotunda razón para recomendar la muestra: “Lo más interesante de este tipo de trabajo es que nos recuerdan de dónde venimos”.


Un comentario sobre “La profunda España del fotógrafo Carlos Saura

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