Sigue la #CuarentenaDeCine de la mano de una serie de películas que nos recuerda que nuestra casa puede ser el punto de partida de las historias más impresionantes

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27 Abr 2020
Víctor Esquirol
the nest

Seguimos; aguantamos. Qué remedio… Hoy, como ayer, y seguramente como mañana, toca seguir familiarizándose con un espacio al que literalmente conocemos mejor que la palma de nuestra mano. Miro a la izquierda, miro a la derecha, miro arriba y miro abajo… y noto que las paredes que me rodean se estrechan más y más. Y respiro profundamente, por aquello de relajarme… pero a sabiendas de que con cada nueva bocanada de aire, se agota un oxígeno que en breve creo que será un bien de lujo.

No voy a engañar a nadie, mucho menos a mí: el confinamiento está siendo largo. Y claro, en este lapso de tiempo interminable, se suceden los baches anímicos. Y lo que es peor, cada vez que reúno el valor suficiente para asomarme hacia lo que debe ser el mundo exterior, este no hace más que mandarme señales de que el calvario aún no ha terminado; de que esto va para largo. Entonces, ¿qué me queda? Pues más o menos lo mismo que a los demás: encerrarse a cal y canto, capear el temporal… y por supuesto, aferrarse a ese refugio en el que se ha convertido el séptimo arte.

En esta entrega de la #CuarentenaDeCine toca rendirse al aplastante peso de las circunstancias que inevitablemente marcan nuestro cada vez más penoso día a día. Hoy toca hablar sobre el “cine del encierro”, sobre esas películas que, al igual que nuestras vidas ahora mismo, transcurren prácticamente en un confinamiento… que a pesar de todo, se revierte (ahí está la esperanza) para alcanzar cotas de creatividad (incluso de evasión), que a nuestro cerebro bien pueden sentarle como, por ejemplo, agua de mayo.

Para entonces, nos dicen, ya podremos salir, pero mientras, se nos ha brindado un momento óptimo para reivindicar la carrera más reciente de Jafar Panahi, uno de los más célebres directores del siempre floreciente cine iraní. De un tesoro nacional al que, para bien o para mal, se sigue pudiendo definir con la archi-conocida imagen de la rosa intentando florecer en medio del desierto. Y así es, porque en estos últimos años, por ejemplo, una de las más dolorosas constantes en el ecosistema del cine de autor ha sido tener que llorar (Juliette Binoche lo sabe bien) al ver cómo los derechos fundamentales de algunos cineastas de dicho país, han sido terriblemente pisoteados por su gobierno.

Sigo con el “Expediente Panahi”, con el acoso que a partir de 2009 este artista empezó a sufrir por parte de un régimen político alérgico a la libertad, entendida esta como fuerza creadora que mira, que entiende y que reacciona al mundo que la rodea… y que por consiguiente se conecta con su entorno a través del sentido crítico. El caso es que tenemos a un hombre que es condenado a seis años de prisión y a veinte de inhabilitación para ejercer su oficio.

Esto no es una película: la lucha contra la censura iraní

Pues bien, en estas circunstancias (de arresto domiciliario) surgió Esto no es una película, suerte de vídeo casero -disponible en Filmin– en el que la opresión de la censura se revierte en energía creadora a la que, efectivamente, no se la puede contener con ningún muro.

A través de un muy inteligente apoyo en las nuevas tecnologías, Panahi dio pasos -de gigante- en el proceso democratizador de un arte que, de repente, y para mayor desgracia de las fuerzas del Mal, ya estaba al alcance de cualquier mano. Los teléfonos móviles ya podían considerarse, con total legitimidad, como cámaras de cine, y las pantallas en las que se mostraría el material grabado estaban igualmente por todas partes.

Con este título y la posterior Closed Curtain, Jafar Panahi parecía estar confinado, pero aquello no era su hogar, era un set de rodaje. Del mismo modo, quien parecía resignado a filmar una rutina cruelmente anodina, en realidad nos descubrió el universo inabarcable de posibilidades que siempre puede invocar cualquier mente tocada por la mágica lucidez artística.

Obró un milagro que en estos días puede servir como fuente de inspiración, y que de paso nos descubre otros trabajos inscritos en el mismo marco: convertir el teóricamente aburrido espacio hogareño en el escenario de una historia increíble, emocionante… memorable.

No Home Movie: sobrevir a la guerra

En este sentido, es imposible no detenerse en Chantal Akerman, maestra del cine “estar por casa”, quien nos dejó, a modo de testamento fílmico, No Home Movie, una pieza documental también disponible en Filmin, en la que la ya veterana directora se conecta digitalmente con su veteranísima madre, una superviviente de la Segunda Guerra Mundial permanentemente instalada en su apartamento.

En una especie de fortín moderno donde los atisbos de agorafobia se revierten convirtiendo el refugio en atalaya privilegiada para contemplar y comunicarse con el mundo.

Locke: una vida sobre ruedas

Hablando de… en Amazon Prime Video tenemos Locke, de Steven Knight, valiente apuesta por un confinamiento que, en este caso, va sobre ruedas. El coche convertida en oficina; en hogar. En esta película que no llega ni a la hora y media de metraje, encontramos una de las mejores composiciones de Tom Hardy, quien para esta ocasión se pone en la piel de un hombre de negocios y un padre de familia aferrado al volante, y siempre pendiente de un manos libres que en teoría le pone en contacto con sus seres queridos (o simplemente de confianza).

Lo que pasa en realidad es que el coche en el que va montado (y único escenario de esta historia) es una especie de diván en el que se lleva a cabo una terapia psicológica que ahonda no solo en los traumas de dicho personaje, sino también en los que seguramente nosotros llevamos encima.

Canino: la crueldad autoritaria

Mientras, en en Grecia, nos espera Canino (disponible en Filmin, cómo no), película con la que despegó la carrera del ahora imprescindible Yorgos Lanthimos, y uno de los títulos más importantes en la esfera del cine de autor más reciente.

En él, recordemos, unos padres tiránicos encierran a sus tres hijos en casa, y mantienen el orden casero (por así llamarlo) a través de un sofisticado compendio de normas (absurdas y crueles) que a nosotros nos sirven para entender mejor el efecto desnaturalizador del autoritarismo en las relaciones humanas, y que al autor le sirvieron para refinar la inventiva del conocido como cine de la crueldad.

Clímax: cuerpos al límite

En esta misma línea, Gaspar Noé llevó en Climax (de nuevo, toca acudir a Filmin) su pasión por llevar al límite los cuerpos humanos… y de paso, los nervios y sensibilidad del espectador. Su penúltima película hasta la fecha confinó a un grupo de bailarines tan enfrascados en los fastos de celebración de su propia grandeza (señal inequívoca de una nación francesa peligrosamente encerrada en sí misma), que no vieron venir su propia auto-destrucción.

Por el camino quedó, esto sí, tiempo de sobra maravillarse con el músculo coreográfico de un autor que, ya lo sabemos, se crece en el agobio… y disfruta, como ningún otro, con las salpicaduras ocasionadas por cualquier fluido corporal que venga en mente.

Symbol: marcianada entre rejas

Por último, y sin salir del marco infinito propuesto por el cine de género, una rareza; una joya que solo podía salir de Japón… y que para variar, solo podíamos encontrar en Filmin. Elemental. En dicha plataforma podemos recuperar Symbol, de Hitoshi Matsumoto, una marcianada en la que el propio autor se encierra en una especie de prisión regida por unas reglas que van de lo surrealista a lo grosero, con la misma rapidez con la que reaccionamos ante una broma que de ninguna manera podíamos ver venir.

Y en efecto, se trata de una película imprevisible, se mire como se mire; tan enloquecida, que a ratos podría ser el espejo perfecto para la situación que estamos viviendo estos días… y que también nos muestra el camino (muy a su manera) para salir más allá de estas malditas cuatro paredes.


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