‘El planeta de los simios’ es una de las mejores sagas del cine popular contemporáneo. Aunque los protagonistas sean primates, la trilogía profundiza en el sufrimiento, la grandeza y la debilidad del ser humano

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7 Abr 2020
Manuel H. Martín
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¿Cuántas veces hemos escuchado que unidos venceremos? En una guerra ante el más fiero enemigo, en una pandemia ante un enemigo invisible, en una competición ante aquellos que quieren llegar más lejos que nosotros. La historia, la nuestra y la que nos da contexto, nos coloca en momentos difíciles. Momentos para que nos demos cuenta de que solos, como individuos, no somos más que gotas que se pierden en la lluvia. Pero juntos, como una marea, podemos ser invencibles ante las adversidades.

El concepto de unión no implica, exclusivamente, hablar del grupo. También es hablar de lo colectivo, de lo que nos preocupa a todos, lo que nos une y nos convierte en pueblo, pero no en masa (para eso están los “intereses”). Cuando las cosas se ponen feas para todos, aún existiendo personas que se pongan de lado y solo se preocupen “por lo suyo”, es de agradecer que la mayoría tenga un comportamiento grupal, humano y solidario.

En el cine, estos conceptos se han tratado desde lo explícito, con dramas sobre temas sociales, sindicales, luchas por tierras expoliadas… pero también desde la óptica del género. Desde Los siete samuráis, de Akira Kurosawa, pasando por su versión animada de Pixar Bichos, hasta pasar, entre multitud de títulos, a la moderna y espectacular trilogía del Planeta de los Simios.

Una de las mejores sagas populares

En 2011 comenzó la aventura de una de las mejores sagas del cine popular moderno, con resultados incluso más redondos que los de la gran trilogía de Batman de Chistopher Nolan. El origen del planeta de los simios, dirigida por Rupert Wyatt, reinició una nueva era para la franquicia, más cercana al concepto de la original y estupenda película que dirigió Franklin J. Schaffner en 1968 que de la moderna (olvidable y algo pasada de rosca) “reinvención” de Tim Burton en 2001. 

En El origen de el planeta de los simios nos encontramos una película amena para un amplio público, pero también con una hermosa fábula sobre el hombre y la naturaleza, compleja y reflexiva. El sufrimiento animal y el complejo de “dios” del hombre en la manipulación genética, con creación de virus letal para la humanidad incluido, están muy presentes desde el inicio del film.

Por encima de sus grandes temas, el gran logro principal de esta primera parte, y de todo lo que vendrá después, será la creación y evolución de un maravilloso personaje: César (interpretado por Andy Serkis).

César es un simio capturado de su entorno natural, la selva, y alejado de su familia para siempre. En un laboratorio de Estados Unidos comienzan a usarlo para experimentos científicos, junto a otros simios de distintas especies. Se busca la cura del Alzheimer probando un virus en los simios, cuyos efectos secundarios les aporta más inteligencia a los animales. 

A diferencia de los otros simios encerrados en el laboratorio, como su compañero Koba, César tendrá una mejor crianza y una vida menos “dura”. Es “adoptado” durante un tiempo por uno de esos científicos, Will (James Franco), cuyo padre Charles (Jon Lithgow) está enfermo de Alzheimer. César demuestra su enorme inteligencia, aprende a comunicarse con los humanos a través del lenguaje de signos y hasta desarrolla el habla.

A medida que César crece y se hace adulto, también va tomando conciencia de que lo tratan, a pesar de su inteligencia, como a un ser menor

Sin embargo, a medida que César crece y se hace adulto, también va tomando conciencia de que lo tratan, a pesar de su inteligencia, como a un ser menor, como a una mascota. Esto último que ocurre y parece puramente ficcional (los simios no pueden ser mascotas), se desarrolla con enorme sensibilidad en el documental Proyecto Nim (de aconsejado y complementario visionado).

Un conflicto vecinal (César sale en defensa del padre de su “amo” humano) provoca que el simio acabe encerrado en unas siniestras instalaciones, junto a otras especies de simios. Criado en el amor de una familia humana, su carácter afable choca con la salvaje realidad del mundo animal. Pero César, aprendiendo a comportarse como un simio más, usa su inteligencia para convertirse en el líder del grupo. Y así comienza la revolución: “Simios juntos fuertes”. 

Como si se tratase de una versión moderna del gran Espartaco, César deja de ser un esclavo y rompe sus cadenas. Poco a poco, se transforma en un líder compasivo, que tendrá que tomar decisiones difíciles, romper con la opresión humana ante un rotundo “no” (escena sublime, por cierto), dejar atrás a su amo y emprender con su comunidad una huída hacia la naturaleza. 

Segunda parte: amanecer sutil

A partir de la primera parte, de notable factura técnica, la historia de César sube la apuesta artística y cinematográfica. En su secuela hay cambio en la silla de dirección y se incorpora como director Matt Reeves. El amanecer del planeta de los simios apuesta por un cambio, muy sutil, de tempo y tono.

Algo menos ágil y redonda que la anterior, con cierto aroma de western sombrío, la película muestra un mundo devastado por las consecuencias de un virus, que afecta a los humanos terriblemente y les causa la muerte. Un mundo en el que los humanos y los simios viven aislados, en territorios con marcadas fronteras, con pequeños conflictos pero intentando evitar la guerra. 

A partir de la primera parte, de notable factura técnica, la historia de César sube la apuesta artística y cinematográfica

Cerca de los territorios en los que habita César, hay una ciudad en la que sobreviven un grupo de humanos. A pesar del acercamiento de varios científicos como Malcom (Jason Clark), la violencia se impondrá al entendimiento. Otras personas del grupo, como Dreyfus (Gary Oldman), temen lo peor y se preparan para la confrontación con los simios. Y la confrontación llegará, producto del miedo y la tensión. Pero no son los humanos, en este caso, los que comiencen las peores hostilidades. Lo único que puede hacer el grupo humano es defenderse de la amenaza exterior. 

Si en la primera parte la codicia de los humanos era el detonante y la semilla del caos, en la segunda parte el que siembra el caos es un simio, Koba. Hablar de él no es hacerlo del “malo” de la función, sino del oponente del “héroe”. No se trata de un villano vil y diabólico. Koba no es más que un ser herido, destrozado y humillado por los humanos. No sabe lo que es el amor y su única respuesta natural ante los conflictos es el odio y el rencor. Cansado de la clemencia de César, Koba se rebela dentro del grupo de simios y acaba tomando a unos pocos para atentar contra el líder y simular que son los humanos para luego vengarse de ellos con excesiva violencia.

Koba se rebela dentro del grupo de simios y acaba tomando a unos pocos para atentar contra el líder

Los humanos y los simios se enfrentan. Ambos bandos sufren multitud de pérdidas. Pero el gran derrotado de la batalla no es otro que César. Aquel conflicto entre grupos iniciará una gran guerra, que le llevará a tomar duras decisiones por la comunidad, tan duras como lo que ocurrirá con Koba. Aunque resulte contradictorio, César se enfrenta a Koba para proteger el futuro de la comunidad del precipicio al que éste les ha llevado. César se enfrenta a Koba y lo mata, rompiendo la primera ley de su comunidad: “simio no mata simio”.

La grandeza del relato en tres partes aún no acaba aquí. En este punto de la saga, la fábula animal (y científica) de la primera parte se abre a la tensión política, a la ambición y a la lucha por el poder. El miedo se muestra como el peor enemigo a la hora de tomar decisiones, el origen de la violencia. El miedo se instala poco a poco en la comunidad, el bien común peligra frente a los intereses de los personajes dolidos y rencorosos. Como dice César en un pasaje: “Si vamos a la guerra, podríamos perder todo lo que hemos construido. Hogar, familia, futuro.”

Tercera parte: guerra

La tercera parte de la saga, La guerra del planeta de los simios, continúa bajo la dirección de Matt Reeves y sigue el mismo tono. El western torna en una aventura de búsqueda a lo Centauros del desierto, con un César más sombrío, que ha perdido a gran parte de su familia y está perseguido por el fantasma shakesperiano de Koba, a modo de oscura conciencia. La realización del filme es algo diferente a la anterior.

Entrevemos referencias del mejor cine bélico, como Apocalipsis Now o La gran evasión

El formato es cinemascope y crepuscular, con destellos en los que podemos entrever referencias del mejor cine bélico, como Apocalipsis Now o La gran evasión. La guerra del planeta de los simios es cine grande, sin perder el detalle, la intimidad o la sutileza. Es la mirada de César, esos ojos tristes y cargados de experiencias, los que nos siguen guiando y emocionando a lo largo del relato.

En la trama de la tercera parte de la sega asistimos al estallido de la gran guerra. Los ataques contra los simios son constantes. El virus es cada vez más letal entre los humanos, los extermina. En medio del ambiente apocalíptico, ha surgido un grupo paramilitar extremista, liderado por El Coronel (Woody Harrelson), que ve en los simios a la lacra culpable del virus y la muerte (cuando este fue creado por los humanos en laboratorios).

Como en anteriores ocasiones, el villano no es un simple “malo”. También ahora es un personaje herido y lleno de odio, que ha matado con sus propias manos a sus familiares enfermos y que ahora intenta lidiar varias guerras, la suya interior, una con los simios y otro con los humanos que lo ven como un tarado fascista. 

El conflicto más duro se inicia con el ataque a la comunidad por parte de los hombres de El Coronel. Con la muerte de parte de la familia, César se obsesiona con la venganza y va tras el rastro, a lo western, del asesino de los suyos. Abandona su comunidad, entre los que se encuentra su hijo pequeño, en busca de un exilio a un lugar mejor. Camino a la aventura, César se encuentra con una niña muda (primer efecto del virus letal en los humanos) que hace que él y los suyos vuelvan a confiar en esa especie, al menos en unos pocos. Pero también aparece Mono Malo, un maravilloso punto cómico (y de necesario escape) para una historia tan trágica. 

César se obsesiona con la venganza y va tras el rastro, a lo western, del asesino de los suyos.

El Coronel se prepara para la guerra y construye su propia fortaleza, con campo de concentración incluido para aquellos que considera inferiores: los simios. Ha capturado a muchos de los primates, mientras César iniciaba su particular odisea. Además, algunos de los simios se han pasado al lado contrario, traicionando a los suyos.

César acaba dentro del campo de concentración. Sufrirá toda la dureza de El Coronel, que lo mantiene con vida, aunque llegue a crucificarlo, porque sabe que es una forma de mantener a los demás simios unidos, para evitar revueltas y obligar a que construyan los muros que le protegerán de la guerra con otros humanos. Con los simios  que están dentro y fuera del campo de concentración, César idea un gran evasión.

En los ojos del simio sentimos cómo el dolor y la venganza se convierten en perdón y clemencia

La evasión se produce en el peor momento posible: el ataque de los otros humanos al ejército de El Coronel. En medio de la batalla, los simios consiguen escapar. El momento de la última confrontación entre César y El Coronel es tremendamente emotivo. En los ojos del simio sentimos cómo el dolor y la venganza se convierten en perdón y clemencia. 

César consigue su objetivo. Como una especie de moderno “Moisés”, ha conseguido llevar a su pueblo hacia el paraíso prometido. Tras el viaje, el sufrimiento y la oscuridad quedan detrás, pero César está gravemente herido. Como héroe trágico, César pagará un precio: se ha sacrificado por la comunidad, por los suyos. El gran y emotivo final del personaje, sentado al lado de uno de sus mejores y sabios consejeros, recorre nuestro estómago, nuestro corazón y nuestras lágrimas. Es el punto y final de una maravillosa saga, el final de un personaje al que hemos seguido y amado durante tres películas fascinantes.

Amor por la ciencia ficción

Vista una y otra vez la saga, no puedo dejar de recomendarla. Incluso a aquellos que puedan pensar que es solo una saga fantástica más, con buenos efectos digitales y un maravilloso trabajo de creación de simios a partir de interpretaciones humanas. Esas son algunas de las virtudes técnicas de la trilogía. Sin embargo, el mayor logro es otro: mimar la ciencia ficción (de tintes fantásticos), con un relato y unos personajes que siempre están por encima de las proezas artísticas artificiosas. 

Más allá del trato hacia los animales, el descuido de la naturaleza y la ambición humana y sus consecuencias… esta saga habla sobre nosotros. Solo habría que intentar borrar de nuestras cabezas a los simios y dejar en su lugar a los actores sin el filtro de los efectos especiales. Como si fuesen un grupo de personas. Porque en el fondo, aunque se trate de simios, esta saga habla de nuestras historias. 

Sufrimos, en los ojos tristes de César, nuestras decepciones, grandezas y debilidades. Vivimos el amor hacia los demás y el temor de perder todo aquello que nos importa, pero también ansiamos la esperanza y la ilusión por un mundo mejor. A veces las narraciones no son más que un reflejo de aquello que ya sabemos. Que cuando las cosas se pongan feas, siempre nos queda el poder de la unión. Porque juntos somos más fuertes

 


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