Michel Ocelot, mago de la animación europea, añade otra obra maestra a su carrera con este fascinante viaje visual por el París de los cabarés y la bohemia artística en compañía de Dilili, una niña mestiza

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2 Jun 2019
Juan Antonio Bermúdez
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Título originalDilili a Paris
Duración: 95′
Nacionalidad: Francia/Alemania/Bélgica
Dirección y guion: Michel Ocelot
Música: Gabriel Yared
Montaje: Patrick Ducruet
Departamento de animación
: Yves-Marie Beaufrand, Joris Chapelin, Emmanuel Chapon, Julien Duroure, Benoit Guillou y Florian Sauzet

En un rincón minúsculo de esa selva artificial y ruidosa que suele ser la cartelera, sobresale esta fruta extraña del maestro Michel Ocelot, exquisito mago de la animación que nos ha ido dejando en su selecta carrera joyas como Kirikú y la bruja (1998), Azur y Asmar (2006) o Los cuentos de la noche (2011).

La protagonista es una niña mestiza que irá descubriendo el fascinante París de finales del XIX mientras se enfrenta a “los Machos-Amos”, una perversa organización que se dedica a secuestrar mujeres jóvenes para adoctrinarlas como esclavas.

Estamos ante eso que se ha llamado mil veces “una película con valores”. Ocelot, ya lo sabemos por otros títulos suyos, envuelve en su prodigiosa cobertura estética, un cine dulcemente didáctico y político, con profundas raíces humanistas, que expone con claridad mensajes antirracistas y elogios del empoderamiento femenino. Cine muy pertinente justo ahora y aquí, en el cogollo de esta Europa que acaba de renovar su parlamento ampliando en él el eco de los discursos reaccionarios y xenófobos.

Si otras películas suyas trazaban puentes con argumentos e imaginarios exóticos (los cuentos orientales o la mitología africana, por ejemplo), Dilili exprime hasta la última gota de belleza del universo parisino más reconocible, el que quedó fijado en la Belle Époque y su explosión de progreso artístico, científico y vital.

En esta fiesta de los colores puros, desfilan así ante nuestros ojos los acelerados cabarés, las colinas escalonadas y las meriendas campestres, todo lo que nos ha llegado en gran parte desde las paletas descompuestas de las vanguardias, esa arquitectura física y humana de París que va de la cumbre celeste del Sacre Coeur al pardo laberinto de sus cloacas.

Y como en un maravilloso álbum ilustrado, van cruzándose en la aventura de Dilili muchos de los protagonistas de aquella época bella: de Pasteur a Toulouse-Lautrec, pasando por Erik Satie, Marcel Proust, los hermanos Lumière o el mítico payaso Chocolat. Y muchas, muchas de sus menos visibilizadas protagonistas: de Marie Curie a Emma Calvé, pasando por Sarah Bernhardt, Colette, Gertrude Stein o Camille Claudel.

El secreto de la enorme fascinación visual que alcanza Dilili en París reside por lo demás en la admirable capacidad que ha tenido Ocelot para ir integrando en sus trabajos las diferentes tradiciones de la animación: desde su dominio de las siluetas, en la gran herencia de Lotte Reiniger y otras genialidades de la animación tradicional, hasta un exquisito tratamiento digital que mantiene el alma de los dibujos. En un momento en el que gran parte del cine (no solo la animación) ha perdido el referente físico, los fotogramas de Ocelot respiran fisicidad incluso cuando han sido trabajados píxel a píxel.

El único sentimiento agrio que queda tras ver la película es poder compartir esta experiencia con tan poca gente en las pocas salas en las que se proyecta. Por situarnos en el contexto andaluz, solo un cine en Sevilla (en horario matinal) y otro en Málaga proyectan esta obra maestra en su primera semana en cartelera. Una vez más, se nos escapan las razones por las que las distribuidoras no son un poco más valientes con películas que con un mínimo aumento de su promoción creemos que podrían funcionar muy bien en taquilla.


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