La periodista y directora del Centro de Estudios Andaluces, Mercedes de Pablos, selecciona diez títulos que tienen que ver, en sus propias palabras, “con ese periodismo de película con el que soñamos, y que a veces ocurre”. Una lista en la que entran clásicos como ‘La mujer del año’ o ‘Primera plana’ junto a títulos recientes como ‘Spotlight’.

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11 Sep 2017
Mercedes de Pablos
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La veterana periodista y directora del Centro de Estudios Andaluces, Mercedes de Pablos, selecciona diez títulos que tienen que ver, en sus propias palabras, “con ese periodismo de película con el que soñamos, y que a veces ocurre”. Una lista en la que entran clásicos como La mujer del año o Primera plana junto a títulos recientes como Spotlight. No se pierdan este ensayo sobre la profesión periodística hilvanado a través de diez títulos que han hecho historia en el cine y mella en el periodismo.

Por Mercedes de Pablos

A Eric Fromm, ese tótem, se le pasó filosofar sobre el Arte de Elegir, infinitamente más difícil que El Arte de Amar o su célebre Miedo a la libertad. Pero quién dijo miedo: aunque luego me arrepienta por olvidos que no me perdonaré nunca (Carmena), acepto el reto de FILMAND y propongo una decena de buenas pelis que tienen que ver con el periodismo, con ese periodismo de película con el que soñamos, y que a veces ocurre.

Permítanme que pase por alto Todos los hombres del presidente y sus Redford y Hoffman porque, siendo estupenda, el Watergate es un clásico que no necesita recomendación y que nos viene de serie en el ADN de nuestro imaginario.  Prefiero recomendar aquellas que por razones distintas me conmovieron, admiraron, cabrearon incluso. No sé si son las mejores, pero sí que para mí son inolvidables; y a cierta edad eso es decir muchísimo.

 

1. Primera plana (Billy Wilder, 1974)

Con  esta joya de Willy Wilder ocurre como con La vida de Bryan, que no envejece nunca y que referimos algunas de sus frases y diálogos más que a Churchill, el padre de todas las citas. La trama la conocen, imagino, y aunque parezca una boutade casi es lo de menos. Un periodista, Hildy –Jack Lemmon–, abandona la profesión por amor; se casa con Peggy –Susan Sarandon– y deja el diario que dirige un genial Walter –Walter Matthau–. Elige para despedirse la cárcel donde están todos sus colegas reporteros de tribunales. Pero, como si la vocación decidiera sobre él, en ese mismo instante un condenado a muerte se fuga minutos antes de la ejecución.  Quiere el azar que Hildy se tope de cara con la exclusiva de su vida, el fugado, y caiga en la tentación como Fausto alentado por ese Mephisto, autentico cabrón, que es su todavía director. Para colmo el condenado es un desgraciado inocente víctima de las conspiraciones de la policía y la política, y solo auxiliado por una prostituta que resulta ser el personaje más moral de la trama. Desde la primera frase hasta el muy wilderiano final la película, es un vodevil hilarante que demuestra que la comedia es un asunto muy serio. El retrato de la prensa y del poder es tan realista que resulta caricaturesco. Como ejemplo, valga este diálogo de Matthau a Lemmon: “Necesitaremos las últimas palabras de Williams antes de morir, mientras sube los trece peldaños. Algo con mucha garra… Si quieres, te las inventas“. A que más

 

2. El dilema (Michael Mann, 1999)

Es la primera película que me viene a la cabeza cuando pienso en épica periodística y cuando quiero recordar que Al Pacino es uno de los grandes y que Russell Crowe tiene más de un registro, aunque cueste creerlo. También es la película que recuerdo cuando enciendo un cigarro y sé que mientras me enfermo alguien se hace millonario. La película es de 1999 y aborda con toques de ficción el escándalo de la tabacalera Brown and Williamson, juzgada por añadir adictivos prohibidos a sus cigarrillos. El dilema tiene todos los ingredientes para atraparte con un suspense casi de corte clásico: el confidente que se juega la vida, el periodista que se juega la carrera, el poder dispuesto a lo que sea. Pero son los primeros minutos los que fascinan, o fascinaron, a aquellos espectadores de finales de los noventa, con  Pacino entrevistando a un ayatolá en una escena que hoy nos parece habitual y que entonces resultó, me resultó, impactante. En los primeros minutos se nos presenta el carácter de lo que llamamos, sin mucha imaginación, un periodista de raza, alguien para quien una pregunta bien vale jugarse el cuello. Con la bendición y el aplauso de su cadena. Diferente es cuando a la cadena ya le pareces un grano en el culo y no es sólo tu puesto sino el de tus compañeros el que está en el aire por la maldita idea de contar la verdad. No somos héroes pero podemos ser – sentimos cuando aparece el The End– personas decentes, a veces, alguna vez.

 

3. Spotlight (Thomas McCarthy, 2016)

He dudado en destacarla la primera, por encima de todas, porque sin ninguna de las dudas es la gran película del periodismo de investigación sin tintes homéricos ni aires de El halcón Maltés. Pero el caso es que las otras dos ya citadas llevan conmigo más tiempo y la veteranía, a veces, es un grado también sentimental.  Tal vez lo más emocionante y definitivo de esta galardonada película sea la verdad y la humildad del equipo de investigación de un periódico, la rutina y la frustración del trabajo diario, la sordidez de su sala, la ropa de hipermercado de los periodistas y sus ojeras (siempre maravillosas en Ruffalo, ese tipo normal que no necesita ir al gimnasio para ponerte entre sentimental y burra); y sobre todo la bendita tiranía de la prueba, de la información contrastada y fiable, esa condena que distingue al periodismo de la charlatanería y la difamación. Que la Iglesia Católica quiso ocultar los numerosos casos de pederastia en EEUU es un hecho que fue demostrado por el Boston Global gracias a la valentía de un director arriesgado y sobre todo a la tozudez e insistencia de unos redactores que, lejos de pisar alfombras rojas y compartir mesa con celebrities de todo tipo, se pelearon con los datos y buscaron los testimonios de las víctimas, seres anónimos y heridos, gente corriente. Mi admiración personal por Stanley Tucci, el abogado triste de la cinta, un actor que nunca pasa desapercibido aunque sea de puñetero macguffin.

 

4. Buenas noches y buena suerte (George Clooney, 2005)

¿Quién no se ha visto diciendo con voz grave (y en inglés) “Buenas noches y buena suerte”? El periodista de radio y televisión que no se haya soñado a si mismo de esa guisa es que en realidad soñaba con aprobar una oposición y dedicarse al noble arte de la pesca, pero la carcoma vanidosa del periodismo no había hecho nido en su corazón. Sin esta mágica, profunda, hasta sensual alocución, esta película sería un estupendo capítulo de la conquista de la libertad de expresión, el derecho a la información y el secreto profesional, pero no sería lo que es: un mantra. Vale que Clooney es un valor añadido delante y detrás de la cámara, pero no es el apuesto galán el que conquista al espectador, sino el Atticus (defensor de causas justas, o sea la verdad) que resulta ser Edward Murrow, el fantástico David Strathairn en la cinta. La guerra que el desgraciadamente conocido senador McCarthy (el Doctor No de los enemigos de la prensa libre) establece contra el propio Murrow es un episodio más de la caza de brujas que el sistema de EUU emprendió contra todo aquel que fuera mínimamente  crítico. Una batalla que ganó la información en este caso concreto no sin dejar mucha rabia, mucho dolor y hasta un suicidio. Para verlo una y otra vez, y hacerse un tatuaje (si se tiene una buena envergadura), es el alegato de Murrow ante la Asociación de Radio y Noticias de Televisión, eje moral de los protagonistas. La bronca que le casca Murrow a sus colegas es tan actual como lo son las amenazas a la verdad y la tentación de contar la realidad según la conveniencia. Hay amos porque hay esclavos, o sea.

 

5. Desaparecido (Costa Gavras, 1982)

No sé si en puridad ésta es una película de periodismo, pero sí es la historia de un periodista: el norteamericano Charles Horman, protagonista de un libro a partir del cual Costa Gavras consiguió el Oscar al Mejor Guion adaptado. Y también sé que este director ha hecho por la realidad más que cientos de miles de redacciones o de facultades de historia. Gavras hace cine político en el sentido estricto y valioso del término, acercándose especialmente a los hechos que tienen que ver con la violencia. La violencia de sus excepcionales Z o La confesión: la primera, el asesinato de un dirigente izquierdista griego, escrita con Jorge Semprún, y la segunda el acoso y juicio contra disidentes intelectuales checos en 1952. Es un cine de denuncia no panfletario, no tramposo, escrupuloso, veraz, honesto. Missing es una de las películas de nuestra vida por su impacto (hizo pensar al norteamericano complacido con su vida, orgulloso de su país como el padre de Horman, un magistral Jack Lemnon que sufre un viaje iniciático que lo cambiará para siempre) y por tratarse de Chile, el golpe más doloroso de cuantos recordamos; porque éramos casi niños pero amamos a Allende, porque crecimos sabiendo del horror de Chile, el espanto de la dictadura de Pinochet. Nuestro antifranquismo estaba preñado de canciones chilenas (Jara, Quilapayún…), de discursos, versos, cuadros de ese Chile que fue vencido en 1973, quebrando su esperanza y hasta la nuestra. Gavras hace de Lemmon un Ulises que acompaña a su nuera a la búsqueda del joven desaparecido (miles y miles de desaparecidos), crítico con la vida que ambos han llevado en ese país que les resulta extraño y ajeno. Confía en la embajada norteamericana y en sus servicios secretos, una confianza que se va quebrando a medida que él y el espectador van descubriendo la mano de la CIA y la sospecha sobre el gobierno y muy especialmente el papel de Kissinger. Missing es el ejemplo del relato perfecto, la búsqueda, los protagonistas y los antagonistas, y es el conmovedor testigo de una carnicería que muchos quisieron ignorar: Los compatriotas del bueno de Lemmon y muchos otros. Esos que creen que cerrar una página o cerrar los ojos es el mejor exorcismo contra lo indeseado. Y de fondo un periodista que es el ojo molesto contra la impunidad.

 

6. Los gritos del silencio (Roland Joffé, 1984)

Esta es una historia de lealtad. Este es el reconocimiento a esos compañeros de viaje de los periodistas de guerra que nunca firmarán una crónica y cuyos rostros jamás aparecerán en televisión. Ni siquiera sabremos jamás sus nombres, pero a la postre muchas de las informaciones más valiosas, más útiles, que hayamos podido tener por boca de reporteros son deudoras de intérpretes y ayudantes que acompañan a los corresponsales para que puedan hacer su trabajo. Campos asesinos, tal como la conocimos en traducción literal del inglés, fue un jarro de agua fría, y real, a la idea de que la revolución comunista en Camboya supondría una liberación para su pueblo, y no solo de la presencia armada de EEUU.
La película está basada en el libro que  Sydney Shamberg, del New York Times, escribe a su vuelta de Camboya en recuerdo de Dith Pran, el ayudante camboyano al que después de terribles peripecias deja en Phonm Pehn sabiendo que si sobrevive lo hará en los tristemente famosos campos de exterminio del Jemer Rojo. Ver Campos asesinos y saber que no era propaganda imperialista, si me permiten la zafiedad en la expresión (a veces tan justificada), fue un revolcón para aquellos que sin hacernos ilusiones sobre Mao y su zona de influencia sí aplaudimos la retirada de los EEUU de sus territorios ocupados. La banda sonora del músico de moda Mike Olfield contribuyó a que esos Gritos del silencio nos quitaran algunas sorderas. La interpretación más destacada, aparte de un principiante John Malkovich que ya apuntaba maneras, fue la del chino-camboyano Haing S. Ngor, que tuvo un Oscar como actor de reparto. Sin duda, el momento más feliz de este hombre que había visto morir a su mujer de parto sin poder atenderla para que sus guardianes no supieran que era ginecólogo y no un simple campesino. Años después de huir a Estados Unidos y participar en Los gritos del silencio Ngor fue asesinado, en 1996, en su casa de los Ángeles, en lo que pareció un atraco común. Más tarde se supo que podría haber sido ejecutado por orden de una facción superviviente del régimen de Pol Pot, por haber contribuido a la propaganda contra su país. Una historia tan tremenda como la que simuló, y que sin embargo no ha tenido un Shamberg que le haga justicia.

 

7. El Show de Truman (Peter Weir, 1998)

En muy pocos años la parte más fantasiosa de esta película nos va pareciendo cada vez más verosímil. Más que de periodismo es una película de espectáculo, en nombre del ocio, en formato de reality televisivo pero también como un producto más de muchos que siguen llamándose periodistas y hasta puede que lo sean.

Tal fue el retrato de una televisión desmesurada (todo por la audiencia) que nos pareció disparatada, casi orwelliana, bisoños como éramos antes de los Big Brother, las islas de los famosos, y los cocineros sin piedad que habrían de venir. Cuestiones técnicas aparte (impecable montaje, primorosa fotografía) el peso de esta historia fantástica cae en la excepcional interpretación de Ed Harris (si no le hubieran dado  el Oscar yo misma lo hubiera robado para él) y la mejor de las sobreactuaciones de Jim Carrey, un actor que consiguió que le aplaudieran  incluso aquellos que no lo soportan (soportamos). Incluyo deliberadamente El Show de Truman en una relación de películas sobre periodismo porque a pesar de que la Arcadia sigue siendo el redactor de papel, el viejo Lou Grant de la serie de los años setenta, los ciudadanos, la gente, conocen la realidad por las pantallas, en la tele o en su móvil. Y esa pantalla es creadora de obras de arte, cumple un papel indispensable en la creación de modelos y de ideas, pero es sobre todo una maquina muy cara que necesita mucha gasolina para sobrevivir. Y por ese pan muchos dejan llamarse tontos y hasta obscenos, basureros o carroña. Igual da si la audiencia bendice, igual da si después de un reality (y con ese peluquero) un millonario presentador puede ser presidente de los Estados Unidos de América. Lo de Truman… casi un cuento a lo Sonrisas y lágrimas. ¿He dicho ya que Ed Harris es genial?

 

8. La mujer del año (George Stevens, 1942)

Da escalofríos pensar que esta comedia de guerra de sexos (deporte contra política también) se estrenara en plena Guerra Mundial con el Holocausto y la muerte campando a sus anchas; pero conmueve, al verla, saber que fuera precisamente en su grabación cuando dos monstruos se conocieron y enamoraron. Todo ello muy en la clave elegantosa y tierna de la Hepburn, el mejor vestuario, y esqueleto, de la historia del cine. Para verla sugiero que olvidemos moralejas paternalistas y patriarcales y disfrutemos de esos diálogos magníficamente  ingeniosos, y sobre todo de la química profunda entre dos actores: la maravillosa Katherine Hepburn y el atractivo (sí, lo de los cánones tiene mandanga) Spencer Tracy. Un periodista deportivo, él, y una analista de política internacional, ella, se conocen a partir de unas declaraciones explosivas de la dama para que prohíban el béisbol. La peli es tan divertida y tan amable que la acidez de algunos comentarios (“mandamos más periodistas a un campo de futbol que a un campo de batalla”, o algo así) se digiere entre sonrisas. Inusual que ella sea la sesuda y él el básico. O no. Cierto clasismo los coloca a cada uno en su esfera, ella en los círculos intelectuales y adinerados y él en los campos de deporte, lo popular, la cerveza y la comida rápida. Ella bebe champán.

Deliciosa. Divertida. Diferente. Porque a veces la vida parece eso: una comedia de amor donde hasta el periodismo hace la felicidad. Lo de los roles y los modelos de hombres y mujeres, mejor dejarlo para otra liga.

 

9. Veronica Guerin (Joel Schumacher, 2003)

La película es la historia de Veronica Guerin, una Periodista Coraje. Una reportera del Sunday Independent que fue asesinada por el narcotráfico irlandés cuando investigaba las mafias en Dublín. Su muerte, trágica, y prácticamente anunciada, fue un mazazo para la opinión pública irlandesa y supuso un cambio tanto en la acción policial contra el tráfico de drogas como en la legislación que el Parlamento irlandés. Una Cate Blanchett al servicio de la imagen de la Guerin real encarna a una mujer que cumple con su trabajo y es capaz de comerse el miedo aunque lo sufra y sufra sobre todo por la vida de los suyos. Llegan a amenazarla con matar a su hijo adolescente. Y la engañan, la marean, le hacen equivocarse con las pistas. No es una batalla con palmadas en la espalda sino incómoda, dolorosa, árida. Y termina mal. La realización del estadounidense Schumacher es impecable y poco artificiosa. Tanto como la interpretación del actor de teatro Ciaran Hinds, el confidente que la usa y que podría ser cómplice de su final. Todo empieza con la muerte de un adolescente en una calle, una imagen que impacta tanto a la periodista que quiere saber más. Quién se hace rico en un Dublín sin violencia terrorista, ya, pero preso de otras violencias, padre de otras víctimas. Hay pocas películas con mujeres periodistas, mujeres activas, osadas y con identidad propia. Verónica Guerin lo es. La real también lo fue. Aunque su crimen continúa impune, el compromiso con su trabajo merece nuestra memoria.

 

10. La vida de David Gale (Alan Parker, 2003)

Junto con Pena de muerte, estrenada ocho años antes y con enorme éxito, esta película es un artefacto, maravilloso y refinado, contra la pena de muerte en algunos estados de EEUU. Lo protagoniza una periodista, magnifica Kate Winslet, aunque el peso dramático lo lleva un maravilloso Kevin Spacey, en racha después de papales dramáticos y morales como el de Cadena de favores. Spacey es David Gale, un reconocido profesor de familia feliz y activista rotundo por la abolición de la pena de muerte. Pero su compañera de luchas, Laura Linney, aparece asesinada tras lo que parece una brutal agresión sexual y todo apunta a que ha sido él.  Lo expulsan de la organización humanitaria y su mujer lo abandona llevándose a su hijo. Lo condenan a pena de muerte. Entonces concede una entrevista. Es el trabajo de la periodista Bitsey Bloom, segura al principio de la culpabilidad de Gale, quien va complicando y aclarando el crimen con un final tan sorprendente como ejemplarizante.

Porque la verdad a veces se esconde tanto que es difícil reconocerla. Mejor no decir una palabra más, no vayamos a romper la sensación de juego de espejos, de no tan evidentes evidencias que convierten en un thriller la sencilla búsqueda de la verdad. O su aproximado.


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