Destellos de Dreyer para un thriller de vampiros nada convencional. Entre el vampirismo romántico y el social, Tomas Alfredson le imprime a ‘Déjame entrar’ un sello nórdico propio que no se olvida de su público ni su género

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14 Abr 2020
Manuel H. Martín
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El vampirismo siempre ha resultado fascinante y atractivo. Los vampiros son mitos y leyendas inmortales que han levantado pasiones en la vieja Europa, en Oriente, en todos los rincones del mundo. Su espíritu iconoclasta ha generado multitud de acólitos, por todo lo que representan en cuanto a erotismo y libertinaje. Sin embargo, tampoco podemos olvidar los elementos ocultos en el tóxico romanticismo que hay en algunos de sus relatos: relaciones enfermizas, control mental, posesión física y amor malsano.

Desde las populares obras literarias El vampiro de John Polidori o Drácula de Bram Stoker, estos mitos han tenido multitud de representaciones. El cine no ha sido ajeno a su atractivo, desde el expresionista Nosferatu de Fritz Lang a la propia adaptación de la obra de Stoker dirigida por Francis Ford Coppola. En muchas de ellas, ser vampirizado es sinónimo de convertirse en un fiel esclavo. 

La esclavitud hacia el vampiro es una forma sutil de hablar de la dependencia emocional y tóxica de los esbirros hacia el ser magnético (y superior) que los ha conquistado. Los vampiros te pueden convertir en un esbirro, pero también en uno de ellos. De forma subterránea y profunda, bajo la máscara de lo que se nos cuenta a primera vista, hay historias de abuso, físico y mental, que dan mucho miedo de verdad. 

En otra órbita temática vampírica, se encuentra una estupenda novela, con pobres adaptaciones cinematográficas: Soy leyenda, de Richard Matheson. A diferencia de otros clásicos del género, donde el vampiro es el individuo poderoso que suele dominar a los demás o los transforma en uno de ellos, en Soy leyenda el poder real lo tiene un hombre, que es consciente y racional frente al resto. El protagonista de la novela es el último hombre vivo en un mundo de vampiros fruto de una pandemia producida por una bacteria. 

Soy leyenda es una genial metáfora de quien piensa diferente y no se deja llevar por la corriente, por la masa. Ágil, corta pero muy intensa, la novela de Matheson tiene profundidad social y política. Escrita en pleno desarrollo de la Guerra Fría, algunos creen que hace referencia directa, y única, al miedo al comunismo. Otros, entre los que me incluyo, ven que puede adaptarse a cualquier contexto político y social. El pensamiento único siempre ha existido y (me temo que) siempre existirá. Tenerle miedo es bastante lógico.

Tomas Alfredson imprime un sello nórdico propio sin olvidar al público al que se dirige ni el género que tiene entre manos

Entre ambas formas de entender el vampirismo, la del romanticismo tóxico y la de corte más social, podemos situar a Déjame entrar, producción sueca dirigida por Tomas Alfredson. La película es una obra de culto y un referente del cine de terror moderno, tanto estilística como narrativamente. Su mayor virtud es la huida del terror visceral y efectista en favor de una historia de horror atemporal con tintes sociales.

Sello nórdico

Tomas Alfredson, con buena experiencia como realizador, imprime un sello nórdico propio sin olvidar al público al que se dirige ni el género que tiene entre manos. Toma los elementos locales propios y los convierte en únicos, creando una película de atmósfera peculiar, con algunos destellos de Dreyer, pero que podría ubicarse en cualquier pueblo del mundo.

El director apuesta por el sello autoral, acentuando, eso sí, el uso dramático de la música y una fotografía y un diseño de producción que, siendo algo más realistas y contenidos dentro del género, se mueven entre las sombras y los colores fríos propios del thriller contemporáneo. 

Y lo mejor de todo: Alfredson mide con pulcritud la truculencia, la reduce a la mínima expresión, sin evitar las escenas desagradable; no olvidemos: estamos ante una película de vampiros y hay sangre. En cualquier caso, la elegancia y la sutileza general en Alfredson se agradece, tanto en Déjame entrar como en su película posterior, la magnífica, y poco valorada, El topo.

Una amistad entre ‘niños’

La trama de Déjame entrar, inspirada en una novela original sueca, nos presenta la amistad entre dos preadolescentes extraños, Oskar (Kare Hedebrant), un niño solitario, de padres separados, víctima de bullying en el colegio y Eli (Lina Leandersson), una niña vampira, que acaba de llegar al pueblo con su supuesto padre, pero que no es más que su esbirro. Eli y su esclavo se instalan en el mismo edificio de Oskar, pared con pared, haciéndose vecinos y amigos íntimos.

El acierto de la película, desde sus inicios, es no presentar a Oskar como una víctima completamente desvalida a merced del abuso. Oskar es un chico tímido, pero también inquietante. No solo hablamos de su aspecto, sino también de su obsesión por la violencia y el asesinato, algo que puede verse en los recortes que guarda en su cuarto o en cómo se entrena con su navaja.

Entre sus costuras, Déjame entrar está plagada de detalles. Antes de adentrarnos en la relación de amistad (y amor) entre los dos niños protagonistas, hay conexiones realmente interesantes con otras producciones europeas en su análisis del origen de la violencia y su impacto en la sociedad. ¿Dónde está el germen del odio y la violencia?

 

Haneke disecciona la oscuridad y la miseria moral que precedió a la Primera Guerra Mundial en La cinta blanca. Dennis Gasel nos muestra en La Ola que el odio puede emerger en cualquier momento. Y Tomas Alfredson  proyecta con Déjame entrar una mirada reflexiva sobre algo tan preocupante en nuestro sistema educativo como es el bullying. El odio genera odio, la violencia genera violencia. Como dice el refrán: “Siembra tormentas y recogerás tempestades”.

Sed de venganza

Valorando el contexto social donde se mueve la película, lo más destacable, en cualquier caso, es la relación entre los dos niños, el humano y la vampira. Oskar, con ganas de venganza, se acerca a quien mata por necesidad, no por placer. Desde el primer momento, Oskar ensaya con su navaja, como si se entrenase para defenderse de los abusones del colegio. Eli, poco a poco, convence a su amigo para que use la violencia y se vengue. Los dos tienen sed de sangre, cada uno a su manera. Oskar se defiende de los matones del colegio, Eli se alimenta de los vecinos del pueblo.

Aparte de la reflexión sobre la violencia, es muy interesante el acercamiento a la figura vampírica, con contradicciones y tormentos. Eli, la vampira, no es el ser poderoso y vanidoso que ya tenemos tan visto. Como en El ansia, aquella maravilla ochentera dirigida por Tony Scott, en Déjame entrar también vemos la penitencia que soporta quien puede vivir para siempre. Se puede resumir en una escena, cuando Oskar le pregunta a Eli si es vieja y la vampira le responde, con tristeza, que “tiene doce años desde hace mucho tiempo”. 

Hakan es un hombre que se quiere muy poco, con una terrible dependencia emocional de Eli

¿Se puede pensar en una relación sana entre Oskar y Eli? Lógicamente, como dice aquella canción: “El equilibrio es imposible”. Hay un personaje que supone una visión futura para la relación que comienza entre Oskar y Eli. Se trata de Hakan (Peter Ragnar), el esbirro que llega al pueblo con Eli y que todo el mundo piensa que es su padre, o incluso su abuelo (por la edad). Pronto deducimos que Hakan quizás algún día fue un niño que Eli conquistó en el pasado.

Hakan es un hombre que se quiere muy poco, con una terrible dependencia emocional de Eli. Celoso de que vea al vecino, no puede evitar matar por ella. Hakar es quien le busca  las víctimas para que su ama se alimente o quien deja que Eli se alimente de otros. A pesar de todo lo que Hakan hace por Eli, se comporta como si fuese su mascota y soporta el mayor de los desprecios cuando ella le habla. 

Cuando Hakan cree que no es más que un simple despojo, que es un ser patético que no vale nada, tira su vida por la borda. Eso sí, dejándose devorar por Eli. De algún modo, Hakan se suicida por amor. Y, cuando menos, resulta una decisión terrible.

Sin lecturas victimistas

Como puede verse en la presentación del personaje de Oskar en la película, hay que huir de la lectura victimista de los personas y sus acciones. Todo es más complejo, basta recordar una de las escenas memorables, cuando Eli entra, sin ser invitada a entrar, en casa de Oskar. 

Poco después de pasar el umbral, Eli comienza a comportarse de manera extraña, su cuerpo reacciona, está a punto de reventar solo porque Oskar, su anfitrión, no la ha dejado entrar en su casa. Oskar se mofa de ella hasta que ve que la cosa se pone seria. Ella termina por recuperarse, cuando Oskar verbaliza su aprobado a entrar. Para que un vampiro entre en tu vida, hay que dejarlo pasar.

Eli unas veces deja a Oskar que se acerque a ella y otras lo aleja por temor a hacerle daño.

Una vez dentro de la vida de Oskar, Eli lo va conquistando poco a poco, incluso con notas en las que se lee: “Soy tuya”. Se produce la montaña rusa emocional, Eli unas veces deja a Oskar que se acerque a ella y otras lo aleja por temor a hacerle daño. Y el amor de Oskar será tan grande, que solo existirá Eli. Y así se aleja poco a poco de su entorno y de su madre. 

La trampa del matón

Antes de llegar a la conclusión del relato, Eli parece marcharse, dejando a Oskar con el corazón partido. Poco después, Oskar disfrutará en la piscina del colegio sin saber que, como venganza, los matones le tienden una trampa. Los matones aíslan a Oskar en la piscina, sin que nadie puede verlos, acompañados del hermano mayor de uno de ellos. Oskar está solo ante el peligro, pero Eli vuelve reaparece para rescatarlo, matando violentamente a los chavales que han intentado ahogar a Oskar. Eli es su salvadora.

 

 

La escena final es desoladora. Oskar está sentado, a solas, en un vagón de tren, que circula hacia un destino incierto. Bajo sus pies, Eli está metida en una gran maleta, para evitar que la luz del sol acabe con ella. Los dos protagonistas huyen solos. Oskar no es consciente de que va a tirar su vida por la borda.

Por delante, le queda una condena como nuevo esbirro. Ha dejado todo atrás por ella, quien parece ser la llave para su felicidad. Eli, una vez que le chupe toda la energía y la vida, seguramente lo dejará marchar como hizo con Hakan y buscará a otro chico al que convertir en huésped y chuparle la energíaDéjame entrar puede doler un poco, más si nos paramos a descifrar su conclusión. Inquieta mucho pensar en los mitos vampíricos. Pero inquieta aún más reflexionar en sus posibles ramificaciones e inspiraciones reales. 

Da miedo que haya seres que, sin colmillos ni inmortalidad, tengan el poder de convertir a sus amantes en huéspedes a los que parasitar

Da miedo pensar en la existencia de seres que, sin colmillos ni inmortalidad, tengan el poder de convertir a sus amantes en huéspedes a los que parasitar hasta que el amor se acaba, para luego desecharlos como si nada. Tan tenebroso es meternos en la piel de los vampiros como hacerlo en la de sus esbirros, de las personas que sacrifican toda su vida y se ponen al servicio de alguien que, simplemente, no merece la pena. 

A estas alturas de la vida, esperemos que, cuando escuchemos la frase “Quien bien te quiere, te hará llorar”, pensemos en la ficción. Para el mundo real, como dice aquella canción de Fangoria que “Que no te vengan con historias de celos, llantos y tragedias”.


3 comentarios sobre “‘Déjame entrar’: amores vampiros, amores tóxicos

  1. Muchas, muchas gracias por un texto tan certero que disecciona tan bien la gran película de Alfredson. Lo percibo tan interesante y adecuado que lo he impreso y guardado dentro del estuche del DVD doble de la edición de coleccionista. Muchas gracias por haber atinado con la pieza que me faltaba para la total comprensión de la película: había algo que no me funcionaba del todo, Eli y Oskar son amigos… pero la desigualdad entre ellos es de raíz y del todo insuperable (aún cuando Oskar fuera convertido en vampiro por parte de Eli). Tus líneas han sido la pieza que me faltaba para completar el puzle. Una exposición muy didáctica y que da en el clavo. Genial 🙂

  2. Buen análisis de la película, pero si se quiere profundizar más el libro y su secuela contradice tu inferencia de que Oskar termina como un esclavo dependiente de Elías, pues termina convertido en un vampiro.
    La historia habla también sobre la homosexualidad, inspirada en el cuento de Carmilla según el propio autor. Hakand no es una pobre víctima a la que enamoraron de niño, es un pederasta que se enamora de Eli e intenta abusar de ella cerca del final ante su imposibilidad de cumplir sus deseos pedofilo.
    Por otro lado yo veo que el escape de Oskar junto a Eli representa también la necesidad de huida del mundo cotidiano cuando esté se vuelve gris por el sufrimiento. Pues cuando Eli deja a Oskar este menciona muchas veces que no existe. Esto se suele decir cunado alguien a entrado en un estado avanzado de depresión, y si vemos que el autor sufrió de acoso escolar y este era su primera novela se puede deducir que a través de Oskar muestra los sentimientos que experimentaba en esa etapa.
    Amplimanete recomendado leer el libro para apreciar la historia completamente con todas sus subtramas y misterios.

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