Críticas / A favor

El cine de Quentin Tarantino levanta pasiones. Con la excusa del reestreno de ‘Pulp Fiction’, Juan Gabriel García hace un alegato a favor del que ya puede considerarse un clásico del cine contemporáneo, combinando sus recuerdos personales del estreno con un análisis detallado de la película.

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9 Jul 2017
Juan Gabriel García
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Ver también “Por qué me aburre tanto Tarantino

Pulp Fiction se erige en una de las películas más influyentes de la historia del cine moderno. Su discurso fragmentado, desordenado, el poder de sus imágenes, el magnetismo de su universo musical, la originalidad de la propuesta, diálogos fascinantes, cuidada estética…, y las numerosas referencias que esconde el inescrutable mundo cinéfilo de su autor, Quentin Tarantino, la convierten en una de las cintas más valoradas de los últimos 23 años, el tiempo que ha pasado desde que se estrenó en 1994.

Ahora, desde el pasado 7 de julio, regresa a los cines de nuestro país para conmemorar el 25 aniversario del inicio de la carrera como director de Tarantino. Siempre que consideremos a Reservoir Dogs (1992) como su ópera prima y no My Best Friend’s Birthday, de 1987, como su primer largometraje.

Precisamente por este motivo resulta curioso, o cuanto menos forzado, el homenaje a Pulp Fiction.  Tal vez la elegida tendría que haber sido Reservoir Dogs, de la que se cumple el aniversario redondo de 25 años, cinta igual de lúcida que la que nos ocupa (para algunos incluso hasta superior, pero es otro debate).

Al margen de estas cuestiones, y la misteriosa razón por la que tanto le gusta al ser humano celebrar fechas redondas: 20, 25, 30, 35…, -a nadie se le ocurre festejar el decimosexto o el trigésimo segundo aniversario de nada- cualquier excusa es buena para volver al cine a ver una joya como Pulp Fiction.

Mi primer intento, malogrado

Antes de explicar los motivos que me llevan a defender la segunda película de Tarantino como una obra maestra, me gustaría recordar una pequeña anécdota. Mi primer intento de ver Pulp Fiction en el cine resultó estéril.

Varios compañeros de clase celebrábamos el cumpleaños de un amigo. Sí, en el pasado los cumpleaños se celebraban yendo al cine. Al llegar, mala suerte, la película ya llevaba media hora proyectándose. En aquella época era muy habitual que el espectador entrase en el cine con la película empezada y, al terminar, viese la parte que se había perdido en el siguiente pase, te podías quedar si así lo decidías.

Eran tiempos en los que las entradas no se registraban informáticamente y, por supuesto, las sesiones no estaban numeradas. Tras un tenso debate sobre si entrábamos o no a la sala, finalmente se decidió de manera asamblearia (y eso que el 15M quedaba muy lejos) ver otra película en contra de mi voluntad. La cinta escogida fue Dos tontos muy tontos, no haré ningún comentario.

Al poco de aquel frustrado intento pude disfrutar de Pulp Fiction como la ocasión lo merecía. Desde ese momento supe que como espectador me había enfrentado a algo completamente diferente a lo visto hasta entonces. Y debido a su montaje, a priori desorganizado, premeditadamente anárquico, con el final al principio y el principio al final y en medio no queda muy claro qué, me partía de risa pensando en cómo habríamos reaccionado al haber visto la película empezada el fatídico día que terminamos con Dos tontos muy tontos.

Justo ahí radican los principales aciertos de Pulp Fiction, en el montaje y la estructura del guión. La historia se nos presenta dividida, no sigue el orden que entenderíamos como lógico. La película toma forma en nuestro cerebro, que tiene que someterse al esfuerzo de reconstruir la disposición natural de las secuencias que vemos. Este hecho nos propone como espectadores el reto de armar un complejo puzle que nos convierte en agentes activos durante el visionado. Efecto que además engancha, porque conforme avanza el metraje obtenemos la recompensa de comprender el relato.

Secuencias para la historia

Otro argumento irrefutable lo encontramos en el incontable número de momentos míticos, escenas memorables e icónicas, con las que cuenta el filme. Pocos títulos pueden presumir de que casi todas sus secuencias permanezcan para siempre en la memoria del público y el imaginario popular,  al igual que los diálogos, y de haber influido a otras muchas películas o diferentes formatos como publicidad, vídeo juegos… Es una forma de ganarse la inmortalidad.

Y cuidado que a continuación puede haber algún destripe (spoiler, pero prefiero el equivalente castellano). Hablamos de la ligera pero interesantísima conversación inicial entre Vincent Vega (John Travolta) y Jules (Samuel L. Jackson) de las diferencias entre Europa y EEUU expuestas en la manera de llamar a las hamburguesas del McDonald’s. Los cotilleos de estos mismos personajes sobre la mujer del jefe, Mia, una impresionante Uma Thurman.

La aparición estelar de Harvey Keitel como el Señor Lobo, un personaje que soluciona todo tipo de problemas, en una escena en la que el propio Tarantino se reserva un personaje. Mítica la afirmación del Señor Lobo: “pero no empecemos a chuparnos las p….. todavía”. Que en el acervo popular se utiliza cuando entre amigos, por el motivo que sea, empiezan a sucederse elogios de manera desaforada.

La resurrección de Mia a base de una inyección de adrenalina clavada directamente en el corazón. El momento en el que Vega dialoga consigo mismo para frenarse ante los encantos de la mujer del jefe, mientras ésta, con la canción de Urge Overkill – ‘Girl you’ll be a woman soon’- de fondo, esnifa una raya de heroína capaz de producirle una sobredosis. O los llamados planos imposibles desde dentro del maletero del coche, marca de la casa.

Y seguimos. El inclasificable flash back con el monólogo de Christopher Walken en el que cuenta la historia del reloj que le entrega al hijo de su amigo caído en combate, reloj que luego llevará a su propietario, Butch, el boxeador corrupto encarnado por Bruce Willis, a casi perder la vida por recuperarlo. Lo que nos recuerda la bizarra secuencia en el sótano de una tienda de segunda mano con violación bondage incluida.

Y la secuencia del baile, eterna. Vega y Mia, Thurman y Travolta, defenestrado en 1994 resurgía como bailarín, con algunos kilos de más y un aspecto más desastrado que el que lució años antes en cintas como Fiebre del sábado noche o Grease, moviéndose al son de los acordes de Chuck Berry con una coreografía meticulosamente espontánea y divertida. Inspirada, o eso nos parece hoy día, en un baile que vemos en Ocho y medio, de Fellini.

El famoso McGuffin del maletín, que al abrirlo resplandece y que ha dado pie a decenas de teorías, ¿qué llevará dentro?, el elegante traje con corbata fina de Vega y Jules, la supuesta cita bíblica que este pronuncia antes de ejecutar a sus víctimas, o el eléctrico comienzo, la conversación entre los personajes de Tim Roth y Amanda Plummer en la que se juran amor eterno antes de atracar una cafetería, y que ella cierra con un prometedor: “- Y como algún jodido capullo se mueva, ¡me cago en la leche! ¡Me voy a cargar hasta el último de vosotros!”, y suena la contundente guitarra de Dick Dale.

Mención aparte merece la selección musical, sencillamente brutal, por resumirlo de forma breve y elocuente. Y muchos momentos más que nos dejamos en el tintero.

Cine referencial

A raíz de Pulp Fiction, y tras la brillante Reservoir Dogs, se empezó a gestar muy pronto el mito de Quentin Tarantino. El cineasta que revolucionó el cine moderno a base de su talento sustentado en el concepto de intertextualidad, es decir, y como señaló en 1978 la autora Julia Kristeva, un término entendido como: “todo texto que se construye como un mosaico de citas y es también la absorción y transformación de otro texto”. Si cambiamos texto por película, encontramos la clave fundamental del cine de Tarantino.

El autor, salido casi de la nada y hecho a sí mismo, se forjó como trabajador de un video club en el que coincidió con otros empleados que a la postre serían sus compañeros y desarrollarían una carrera cinematográfica, como Roger Avary, coautor del guión de Pulp Fiction.

La leyenda cuenta que tantas horas en aquel video club alimentaron la voracidad cinéfila de Tarantino y llenaron de material su infinita memoria fílmica. Esas referencias, que escenifica en cada película que dirige, van desde el spaghetti western, Sergio Leone, el blaxploitation, películas de artes marciales, sexploitation, giallo, Hitchcock, la Nouvelle Vague o el cine negro, y muchas de estas quedan reflejadas en Pulp fiction.

Aunque no en la forma pero sí en el fondo, Tarantino consigue con Pulp Fiction lo mismo que en su día logró Sergio Leone con su ‘trilogía del dólar’: recuperar con un novedoso discurso un género que parecía agotado, el western en el caso del italiano, y el de las películas de gánsteres en el del estadounidense.

Y como hizo Leone, Tarantino también fue capaz de configurar un estilo completamente original partiendo de fuentes de diversa naturaleza. En su obra comprendemos la diferencia que existe entre la genialidad y la mera imitación.

La calidad de la película se vio refrendada por varios premios. Entre los más importantes, la Palma de Oro del Festival de Cannes, y el Oscar a Mejor Guión Original de un total de siete nominaciones. Una vez más quedó demostrada la capacidad visionaria del certamen francés en contra de la previsibilidad de la Academia de Hollywood.

Nostalgia

La posible decepción al evocar Pulp Fiction puede residir en la constatación de que Tarantino dio lo mejor de sí como autor en sus dos primeras películas. Si bien el resto de su filmografía resulta apasionante, parece que ninguna de sus obras posteriores se acerca a la excelencia de sus primeros títulos.

Tras Jackie Brown (1997), cinta a reivindicar, Tarantino se precipitó hacia la hipérbole más surrealista llevando a algunas de sus películas al más absoluto paroxismo, Death proof representa el mejor ejemplo de esta idea.

Aún así son muchos los destellos que ha tenido desde entonces, y los que disfrutamos con su cine ansiamos el momento en el que llega a las salas su última película para volver a entrar en su personal firmamento, experiencia que siempre resulta sugestiva.

Pulp Fiction es una obra maestra porque trasciende a su época, a su autor y al propio cine. Ha creado escuela al situarse como paradigma del discurso posmodernista acercándose así más a su valoración como obra de arte de vanguardia que como película. Muchos la tildarán de intrascendente, esteticista, pretenciosa, sobrevalorada, gratuitamente violenta…, argumentos ineficaces contra la fuerza de su frescura, riesgo, disonancia, personalidad, transgresión…, y resistir tan bien el implacable paso del tiempo. Nos deja un hondo legado que, lejos de extinguirse, recobra vitalidad conforme pasan los años.

Ahora tenemos durante unos días la gran suerte de viajar en el tiempo y disfrutar de nuevo de este clásico en pantalla grande. Mientras tanto seguiremos soñando con que la mejor película de Tarantino todavía no se ha estrenado. Para reconciliarme con mi pasado, esta vez entraré en el cine con la película empezada.


Un comentario sobre “‘Pulp Fiction’: el mito vuelve al cine

  1. Gran crítica, de una de las 3 películas generacionales más influyentes de los noventa para todos aquellos que rondamos los cuarenta años, junto a “Trainspotting” y “El gran Lebowski”.

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