Bruto Pomeroy desembarcó hace unos años en Cádiz y ha revolucionado el panorama cinematográfico de la provincia con su impulso a la Escuela de Cine de la Universidad de Cádiz, que ya es un referente de calidad y un vivero de nuevos profesionales

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18 Jul 2019
Mª Angeles Robles
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Bruto Pomeroy es un rostro conocido tras el que se esconde una personalidad arrolladora.  Ha participado en películas importantes como El día de la bestia o El Milagro de P. Tinto y en conocidas series de televisión como El comisario o La que se avecina. Imaginativo, trabajador incansable, mitómano confeso, desde hace casi cuatro años está al frente de la Escuela de Cine de la Universidad de Cádiz, que no para de crecer.

¿Dónde está el secreto del éxito de la Escuela de Cine de la UCA?

Por un lado, intentamos mimar a los participantes para que vuelvan, para que se genere una corriente de simpatía hacia la escuela porque todo el mundo dice: “qué simpáticos sois y qué lejos estáis”.

El proyecto nace hace casi cuatro años. Parece estar plenamente consolidado.

Este ha sido el tercer año académico completo y, sí, se está consolidando porque vienen muy buenos profesionales a dar cursos de una o dos semanas, desde robótica cinematográfica a interpretación, con figuras como Albert Boadella.

Este año hemos puesto en marcha doce cursos y hemos cerrado con Arantxa Echevarría y Celia Rico, que son lo más granado del panorama cinematográfico más joven. Cada una con su estilo peculiar, han llenado de emoción a los alumnos y a mí. Son profesionales que también saben enseñar. Hemos acertado.

Además de traer a primeras figuras, la Escuela de Cine de la UCA también ha tenido muy buena respuesta por parte de los alumnos, ¿no te parece?

Sí. Contamos con más de 450 alumnos y creciendo. La escuela está inscrita en el servicio de Extensión Universitaria. Esto quiere decir que nuestros alumnos pueden ser cualquier persona a la que le guste el cine. No tienen por qué ser universitarios.

¿Cuál es el perfil de los alumnos de la escuela?

Se acercan profesionales –cámaras, guionistas, cortometrajistas–, gente que ya está intentando vivir del cine, pero también otras personas a las que les llama la atención o que se quieren dedicar al cine y hasta ahora no han tenido oportunidad de acercase a este mundo.

¿Y sacan partido de los cursos?

Sí. Fernando Franco, por ejemplo, vino a dar un curso de dos semanas de montaje cinematográfico y estoy seguro que de ahí va a salir la nueva línea de montadores gaditanos para el mundo. Es gente que se siente muy motivada. El tutelaje de estas clases es importante porque los profesores suelen pasar su teléfono y siguen en contacto con los alumnos.

¿Se establecen muchos contactos?

Sí, esto es muy importante porque el cine, como otros muchos mundos, es un mundo de contactos. Puy Oria, la gran productora de nuestro país, se ha llevado a alumnos míos y los ha becado.  Está ayudándoles a encontrar su camino.

Estos buenos resultados de la escuela contrastan, en cierta manera, con la escasa asistencia del público gaditano a los festivales de cine que se celebran en la ciudad. ¿Por qué crees que ocurre esto? ¿Por qué el público gaditano, que se supone interesado en el cine, no asiste luego a estos festivales?

No sabría qué contestarte (se encoge de hombros). Yo solo puedo decirte que la escuela de cine funciona bien. Con respecto a lo que me preguntas, tengo mi opinión pero prefiero no pronunciarme porque no quiero ganarme enemigos.

¿La Escuela de Cine de la Universidad de Cádiz es un proyecto personal tuyo? Al menos tú has puesto todo tu empeño ahí.

Yo creo que más que un empeño personal es una confluencia maravillosa de intereses en la que juega un papel fundamental la figura de Salvador Catalán como director del servicio de Extensión Universitaria de la UCA. Él me comentó que Universidad estaba buscando un proyecto cinematográfico para echar a andar, que el presupuesto era pequeño y que si yo tenía algún proyecto. Presenté el proyecto al día siguiente y arrancamos tímidamente.

¿Cómo arrancó la escuela?

Tiré de un amigo personal, el actor, director y guionista Carlos Iglesias, como punta de lanza porque es una persona muy conocida. Fue el primero y escenificamos que la escuela era algo magnífico y mediático. Todo el mundo quería entrevistar a Carlos y a partir de ahí ya todos los profesionales ha sido igual o mejores.

Mantener el nivel habrá sido un gran esfuerzo

En ningún momento hemos bajado la guardia. El lema de la escuela es “los mejores profesionales del mundo del cine para los mejores alumnos” y queremos que eso no se quede en una frase publicitaria sino que sea la realidad. Hay que seguir incitando a la gente, animándola, compartiendo otros cursos, estableciendo colaboraciones con otras escuelas. Hay que generar puentes.

A la escuela han venido muchos profesionales andaluces que trabajan en todas partes del mundo. ¿Cómo definirías el estado del cine andaluz?

Hay un nivelazo, pero hay que crear industria. Si España tiene una carencia a nivel global de industria cinematográfica comparada con otros países de nuestro entorno, Andalucía, de alguna manera, refleja también esto.

Este país sigue siendo muy centralista: lo que no se hace en Madrid no existe. Lo que se hace en Andalucía se vehicula normalmente en Sevilla y tenemos que intentar descentralizar también en Andalucía y que Cádiz tenga también su pequeña parcela, colaborar con las otras provincias…, colaborar y entenderse.

Sin duda, tú crees en esta tierra. Naces en Madrid, haces la mayor parte de tu carrera allí, pero te instalas aquí por decisión propia.

Yo soy de origen jerezano, la familia de mi madre es de esta zona. Yo soy un gaditano de la diáspora que nunca había vivido hasta ahora aquí. Ahora llevo cinco años viviendo de continuo en Puerto Real.

Y se te nota como pez en el agua…

Sí, aquí estoy muy a gusto porque sé de dónde vengo: de la plaza Santa Ana, muy cerca de la Puerta del Sol, que es un lugar que me sigue encantando, pero vete ahora mismo: está a 42 grados. Aquí tenemos una buena temperatura y si sube a 42 grados tenemos la playa al lado.

No soy nacionalista de nada pero soy muy nacionalista de Puerto Real. Todo el mundo tiene periodos. Yo soy carne de la movida madrileña y, como soy culo de mal asiento, he vivido en muchas partes. Ahora mismo no necesito Madrid. Me cuesta mucho ir. Voy a rodar o a hacer gestiones para la escuela de cine… y ya está. Me apetece estar aquí. Disfruto mucho de Cádiz capital.

Tienes una gran experiencia como actor y como gestor cultural, pero tú empiezas en el mundo del cómic, creas un fanzine, montas dos librerías…

Yo de crío hacía fanzines e incluso gané algún premio. Luego estudié periodismo y, mientras estudiaba, me vinculé a un grupo de teatro que luego paso a ser un grupo profesional bastante importante en Euskadi, que se llamó Akelarre. Estuve seis años.

Luego me fui a Madrid y empecé a trabajar como actor en Los mundos de Yupi y otros papelitos. Me planteé montar una librería de cómic, porque siempre había sido un loco de los cómics, en vez de montar un bar que es lo típico que hacen los actores para subsistir.

¿Empezaste como actor de teatro entonces?

Yo era actor de teatro porque estamos hablando de finales de los 70, principio de los 80. Entonces era muy difícil hacer cine fuera de Madrid.

También he dirigido, aunque no he tenido demasiadas veleidades como director. He hecho algún que otro documental. Ficción, no. Siempre digo que no sé qué contar. Como soy periodista, a mí lo que me gusta es el documental.

¿Cuándo se convierte Mario Ayuso en Bruto Pomeroy?

Hay un momento en el que el mundo del cómic me empieza a pesar bastante. Mario Ayuso es el hombre de los tebeos. Y para algunas personas sigo siendo Mario. Álex de la Iglesia, por ejemplo, con el que tengo una larga amistad, me sigue llamando Mario.

Hace treinta y tantos años me invento un nombre poderoso y un tanto extraño que es Bruto de nombre, por el aspecto físico que tengo, y Pomeroy porque me parece un apellido tan bonito… Se lo robo a un dibujante de cine de animación norteamericano que se llama John Pomeroy. Bruto Pomeroy es una especie de marca.

¿Pero te sientes cómodo?

Sí, sí, muy cómodo. Cuando me lo puse resultaba extraño decir que me llamaba Bruto (ríe). Es un placer personal mantener un nombre tan estrambótico y que ya hasta mi mujer me llame Bruto. Sólo mis suegros me llaman Mario porque son gente mayor y les da apuro.

Una vida dedicada al cine… ¿Cuáles son tus primeros recuerdos cinematográficos?

Yo siempre he estado muy vinculado a la cultura de masas. Soy lo que soy cinematográficamente gracias a mi padre, que era un viajante comercial al que le encantaba el cine y nos llevaba a mí y a mi hermana a programas dobles los fines de semana. Tengo recuerdo de que la primera película que vi siendo muy pequeñito fue ¡Hatari!.

Y soy mitómano. Soy treky (fan de Star Trek). Soy de la primera generación que tenía televisor en casa y mi recuerdo vinculado a Star Trek es estar ante el televisor en blanco y negro y ver cómo se iba la señal y te quedabas esperando el final de tu serie favorita. Además, estoy convencido de que soy periodista gracias a la serie Lou Grant. Amaba aquella serie maravillosa.


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