Alejandro Amenábar presenta ‘Mientras dure la guerra’, este jueves 3 de octubre a las 20.15 en el Nervión Plaza. Charlamos con él sobre el reto de realizar una película enmarcada en un momento clave de la Historia de España

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2 Oct 2019
Alejandro Ávila
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El fin de semana de estreno no ha podido tratar mejor a Mientras dure la guerra, la última película de Alejandro Aménabar, el que fuera niño pródigo del cine español en los 90 (Tesis, Abre los ojos) y convertido, dos décadas después, en uno de sus mayores baluartes.

Alejandro Amenábar es un director sólido, que ha sabido transitar por géneros como el suspense, el terror o el drama, manteniendo un sello propio y una enorme capacidad para contar historias. Amenábar participará este jueves 3 de octubre a las 20.15 en un encuentro con el público presentado por FilmAnd, en el Nervión Plaza, tras la proyección de la película (entradas disponibles aquí).

Aunque ya había visitado el cine de época con la superproducción Ágora, Mientras dure la guerra suponía para el cineasta el reto de enfrentarse a la Guerra Civil española, una historia de enfrentamiento, que 80 años después sigue dividiendo al país.

Con Mientras dure la guerra, Amenábar disecciona y da vida a unos de los momentos más representativos de la contienda: el posicionamiento del escritor Miguel de Unamuno frente al golpe de Estado. Aunque en un primer momento se manifestó a favor de la rebelión militar, los desmanes de la sublevación contra la República le hicieron cambiar de parecer. De ahí, nace su discurso en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, centro del que era rector, y del que, según las crónicas de la época salió su célebre cita “Venceréis, pero no convenceréis”. Fue su respuesta al “¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!”, atribuido al militar franquista Millán-Astray (Eduard Fernández)

Según el cineasta, la frase de Unamuno, interpretado exquisitamente por Karra Elejalde en la película, lo convirtió  “en un mito, pero no existen registros sonoros ni transcripción del discurso y sí muchas versiones de lo que dijo, aparte de la propaganda de un lado y de otro, de ahí la polémica. La evidencia más clara de que don Miguel lió una buena durante aquel acto es que esa misma tarde le revocaron el acceso de socio al Casino de Salamanca y dos días después fue destituido como rector de la Universidad de Salamanca y pusieron un guardia en la puerta de su casa. O sea, que algo y muy gordo tuvo que pasar”.

 

¿Cómo ha sido acercarse a figuras del tamaño histórico del escritor Miguel de Unamuno, Millán-Astray o el dictador Francisco Franco?

Como cualquier escritor, he intentado documentarme lo máximo posible e intentar acotar el alma de cada uno de ellos. Unamuno es el héroe de mi película, pero Millán-Astray era el más fácil, porque hay muchas anécdotas cruzadas y todas hablan de una persona extrovertida. Con Franco, había que entrar mucho en su cabeza, ya que podía ser muy inexpresivo e impenetrable. Ahí estaba el desafío. Quería quitarme de encima el personaje como entelequia o como icono. Parece que todo el mundo lo conoce, pero la realidad es que no, ya que él mismo se reinventaba constantemente. Dar con el Franco de aquel momento era lo más complicado.

Dar con el Franco de aquel momento era lo más complicado

Aparte de dirigir, escribes tus propios guiones. De todo el proceso de creación de Mientras dure la guerra, ¿cuál dirías que ha sido el mayor reto?

Intentar sacar el máximo partido al presupuesto es un ejercicio de responsabilidad. Para mí, siempre es una preocupación. Es una película de 6 millones de euros, sin escenas bélicas, pero queríamos que los detalles estuvieran cuidados al máximo. Como director y guionista, el mayor reto eran las secuencias del Paraninfo de la Universidad de Salamanca, que están envueltas por la polémica. Se ha escrito mucho y he intentado leer mucho para tomar mis propias decisiones.

Como director y guionista, el mayor reto eran las secuencias del Paraninfo de la Universidad de Salamanca

Algunos sectores han tachado la película de equidistante. ¿Estás de acuerdo?

Es una película que se cuenta desde el bando nacional, en Salamanca y Cáceres. Aunque la han tachado de película equidistante, no me siento a la misma distancia del héroe que del villano, pero sí he tratado con ecuanimidad al bando nacional. Me gustan los grises y las aristas en todos los personajes. Incluso a Millán-Astray, que podía ser muy histriónico y exaltado, queríamos darle aristas y que su discurso fuera solido. Me gusta que los personajes tengan razones y que los espectadores tengan capacidad para pensar por sí mismos.

 

¿Con qué parte de todo el proceso artístico has disfrutado más?

He disfrutado mucho haciendo la música, ya que hacía tiempo que no me sentaba a componer con el teclado. También he disfrutado mucho conectando con la gente. No sabemos cómo va a seguir evolucionando, pero la película ha arrancado muy bien y las reacciones están siendo muy buenas. El auténtico placer de esta profesión es ver que lo que tenías en la cabeza, llega al espectador y hay una comunión. En definitiva, sentirte comprendido.

El auténtico placer de esta profesión es ver que lo que tenías en la cabeza, llega al espectador

Tu director de fotografía, Álex Catalán, tiene un papel muy importante en las películas de Alberto Rodríguez y de la cinematografía andaluza. ¿Cómo ha sido trabajar con él?

Álex es la quintaesencia del artista, se guía por su arte. Es un placer trabajar con alguien así, cuyos parámetro son esos. Yo lo veo como un pintor. Es muy perfeccionista, obsesivo… como los mejores directores de fotografía. Nos hemos entendido muy bien. Yo he marcado los parámetros, me gusta fijar la puesta en escena y la planificación de los movimientos de cámara. Así nos hemos dividido las tareas, y me encargaba de eso  y él, de pintar el lienzo. La verdad es que nos hemos llevado muy bien, durante las siete semanas y dos días de rodaje.


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